El muro de la Epístola de la iglesia de Santa Paula es más rico en retablos que el del Evangelio. En este caso son tres, dedicados a San Juan Evangelista, al Cristo de los Corales y a la Virgen del Rosario.
1.- Retablo de San Juan Bautista.
En el muro epistolar y haciendo pareja con el retablo que tiene al frente, se sitúa el excelente retablo de San Juan Bautista, realizado por Felipe de Ribas en 1637.
La imagen del titular, vestido con pieles y con el cordero a sus pies, es talla de Juan Martínez Montañés. A izquierda y derecha aparecen flanqueada por el tema de la Visitación, con imágenes de la Virgen y de su prima Santa Isabel, tallas de Felipe de Rivas.
El retablo se articula mediante columnas estriadas con decoración en forma de espina de pescado, destacando el relieve superior con el tema del Bautismo de Cristo, iconografía habitual que permitía relacionar la figura del Precursor (el Bautista) y de Jesús (el Mesías). Las formas y la composición siguen modelos montañesinos como el del retablo del convento del Socorro hoy conservado en la iglesia de la Anunciación.
También destacan los ángeles pasionistas que se sitúan en los frontones del retablo, que siguen de nuevo los modelos de Martínez Montañés, portando dos de ellos la cabeza degollada del Bautista.
2.- Retablo del Cristo de los Corales.
A continuación del retablo de San Juan Evangelista se conserva un retablo realizado por Felipe de Ribas en 1638, coronado por un curioso relieve del Descenso de Cristo al Limbo, que acoge la imagen de un devoto Crucificado tardomedieval, el llamado Crucificado del Coral, talla atribuida tradicionalmente al escultor tardogótico Pedro Millán, el autor local que continuó la estética gótica francesa de Lorenzo Mercadante de Bretaña en la transición entre los siglos XV y XVI.
La talla conservada en Santa Paula presenta los rasgos habituales del mundo tardogótico, corona de espinas trenzada y tallada en la misma cabeza, proporciones estilizadas, costillas muy marcadas, y paño de pureza recogido sobre las rodillas, con pliegues angulosos propios de la época. Es obra de talla completa en madera, algo poco habitual en Pedro Millán, acostumbrado al modelado del barro.
Un Crucificado muerto, con abundante sangre en la llaga de su costado (llega hasta el sudario, tras clavos y cruz plana y cepillada que, posiblemente, no sea la original). Actualmente flanqueado por pequeñas tallas del siglo XVIII de la Virgen y San Juan, el Crucificado del Coral del convento de Santa Paula permite imaginar la Semana Santa de comienzos del siglo XVI en Sevilla. El retablo actual donde se cobija, con protección a modo de vitrina, se realizó sobre el Crucificado, lo que imposibilita cualquier tipo de movimiento o traslado.
Nos cuenta Manuel Jesús Roldán cierta historia sobre el Cristo de los Corales de Santa Paula. La curiosa advocación del Crucificado se explica en una legendaria historia conservada en un rótulo del mismo convento, una misteriosa donación de unos corales acontecida en fecha indeterminada: «Se presentaron un día en este Monasterio de Santa Paula dos jóvenes y dejaron en depósito un hermoso cajón cerrado. Pasaban años y años y jamás volvieron los conductores a recoger su tesoro. Entonces las religiosas determinaron abrirlo, quedando gustosamente sorprendidas al descubrir la santa Imagen de Jesús Crucificado que se venera en este Altar y juntamente estos corales. Por este motivo se titula el Señor de los Corales».
La milagrera leyenda se debe analizar también en relación a otras fuentes documentales; es el caso del libro del Abad Gordillo, fechado en el siglo XVII, que narra en su apartado dedicado a las estaciones religiosas más frecuentes de la ciudad, la devoción al titulado Santísimo Cristo de Santa Paula:
«Es también grandemente devota la oración y estación que se hace delante de una imagen de Cristo Nuestro Señor que está en la iglesia del insigne convento de Santa Paula del orden de San, en especial los que pretenden tener estado para salvarse, y los que tienen falta de salud, o desean el buen suceso de personas ausentes y su venida con prosperidad. Hacen esta estación en cinco días de viernes, y se ponen en pié en su presencia y allí rezan treinta y tres Padrenuestros y un Avemaría, en memoria de los años que Jesucristo Señor Nuestro converso en este mundo, o treinta y tres Credos ofrecidos a su Gloriosa Pasión. Y los que van afligidos por muestra de mayor humildad, suelen desde la entrada de la puerta de la Iglesia, hasta el Altar donde la Santa Imagen está ir de rodillas, y el último viernes hacer celebrar una Misa en su Altar donde ponen para ello dos candelas que hasta que se consumen se quedan allí. Hánse visto de esta devoción grandes milagros y en su particular el que se manifiesta con un ramo de coral que está en los pies de la Santa Imagen, de un hombre que estando en las Indias y haciendo su mujer la referida Estación, le trajo Dios a su casa quando menos pensaba movido a ello en el tiempo que por él se hacia la Estación de la Imagen del Santo Cristo».
3.- Retablo de la Virgen del Rosario.
El último retablo del muro es obra de Gaspar de Rivas (1640), siendo la pequeña Virgen del Rosario que preside la hornacina central obra del siglo XVIII. No es su iconografía original ya que antiguas fotos muestran que estuvo presidido por el busto de una Dolorosa. Más abajo vamos a referirnos al expolio pictórico que sufrió este retablo.
4.- Ángel lucernario.
Expolio de las pinturas del Retablo de la Virgen del Rosario.
Las pinturas del retablo de la Virgen del Rosario (tallado en 1641 por Gaspar de Ribas) estuvieron casi dos siglos atribuidas a un inexistente Francisco de Cubrián. Los temas representados en los lienzos, "pintados con fuerza de claro obscuro y con figuras esbeltas y agraciada" hacían alusión a los misterios de la Virgen y eran los siguientes: la Concepción, los Desposorios de la Virgen, la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento de Jesús y la adoración de los Reyes.
Por los seis lienzos el autor recibió en julio de 1642 la cantidad de 1.000 reales. En 1990 la investigadora María de los Ángeles Toajas Roger subsanó el error paleográfico de Juan Agustín Ceán Bermúdez –que debió ser el primero que consultó a fines del siglo XVIII el Libro de Cuentas de mayordomía de Santa Paula (1641-1643), creando así en su diccionario una entrada al inexistente Francisco de Cubrián, «pintor y discípulo de Zurbarán en Sevilla»–, y colocó, la citada investigadora, las pinturas de Santa Paula en el haber de Francisco de Zurbarán. Ninguno de estos lienzos de Santa Paula está identificado en la actualidad.
Una nota al pie de la narración del expolio artístico nos informa que «Dentro de 5 días pusieron otras pinturas en su lugar de ningún mérito, que son las que existen». Los catorce lienzos de Alonso Cano (del que ya hablamos en post anteriores) y Zurbarán fueron sustituidos por otros de diversa procedencia y cronología, rompiendo así, además de los programas iconográficos, la calidad de los conjuntos.
En el retablo del Evangelista se colocaron pinturas de Santa Inés, San Antonio de Padua, Santa Catalina de Siena, Santa Catalina de Alejandría, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, y dos santos mártires, uno carmelita y otro dominico. Y en el de la Virgen del Rosario encontramos hoy a Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, San Juan Nepomuceno y cuatro lienzos con motivos de ángeles, dos sólos y otros tantos en pareja, claramente recortados todos de un cuadro mayor.
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