El casco urbano de Sevilla tiene más de 25.000 naranjos amargos distribuidos por su espacio.
De origen asiático, este árbol fue introducido en Europa por los marinos genoveses en el siglo X.
Posteriormente, fueron los árabes quienes lo extendieron por España. La preferencia de este cítrico para su uso ornamental no sólo se debió ver influida por la hermosura de su porte, sus hojas perennes de verde oscuro o sus flores blancas de delicioso aroma, sino también por la tradición china que viajó con éste que dice que el naranjo amargo da la felicidad a su dueño, además de las virtudes curativas que se le atribuye al agua de azahar.
Aunque el fruto es demasiado amargo para su consumo en fresco, su utilización en la industria es común, sobretodo en confitería, sobre todo, su uso más extendido a lo largo de la historia se da en la elaboración de mermeladas.
Fueron los barcos escoceses de la naviera MacAndrew los primeros exportadores de naranja amarga al norte de Inglaterra, que llegaban a Río Tinto (Huelva) cargados de carbón y volvían hacia las islas europeas cargados de hierro y, también, de naranjas amargas. Fue allí donde se produjeron las primeras mermeladas, convirtiéndose en uno de los alimentos indispensables del tradicional desayuno inglés.