Hay un total de 144 espadañas en Sevilla capital, incluyendo campanarios modernos que adoptan tal forma. Y sin distinción entre construcciones civiles y religiosas no hay dos espadañas iguales y, a su vez, todas guardan semejanzas entre sí.
El barrio de San Julián presume de grandes e importantes edificios religiosos. Entre ellos destaca el Convento de Santa Paula donde la congregación de Hermanas Jerónimas tiene su sede sevillana. A través de la Calle Santa Paula vamos identificando la entrada al convento gracias a esta original espadaña que la distingue de las demás.
Las espadañas consideradas más lucidas y por tanto más bonitas para los sevillanos, son dos, que rivalizan entre sí, decantándose el gusto y la fama hacia la espadaña del Convento de Santa Paula, que se considera prototipo de las vecinas, como la del Convento de Santa Isabel.
La espadaña de Santa Paula es del XVII y de López Bueno, en estilo manierista. Con sus cuatro vanos, es de las más airosas y reluce con cerámica vidriada colorista donde destaca el escudo jerónimo de la orden.
Perpendicular está a pocos pasos la del Convento de Santa Isabel. A escasos metros también se ve la blanca y de ribetes grana, en estilo barroco, del antiguo Convento de la Paz, no visible desde su calle de Bustos Tavera sino en lontananza desde la calle Dueñas a la altura del Convento del Espíritu Santo.
Si nos centramos en la espadaña de Santa Paula podemos ver como en todo su cuerpo se distinguen esmaltes azules y oros que reflejan la luz del sol.
En su parte superior hay un azulejo con la imagen de la santa que le da nombre al convento, Santa Paula, a cuyos pies da vueltas una pequeña campana de bronce.
En la parte inferior, junto a dos azulejos con los emblemas de la orden jerónima, el león y el capelo cardenalicio de San Jerónimo, distinguimos tres campanas, siendo la del centro mayor que las dos laterales.
La espadaña fue obra de Diego López Bueno quien en torno a 1612, fue nombrado maestro mayor de fábricas del Arzobispado de Sevilla. Inició entonces su etapa más productiva, diseñando y dando trazas para nuevos retablos, y comenzando su actividad como arquitecto, colaborando en ocasiones con otros maestros, como Vermondo Resta, Miguel de Zumárraga o Juan de Oviedo y de la Bandera.
Las reformas de los cruceros de las iglesias de San Lorenzo en Sevilla, las portadas para los templos de San Pedro o San Lorenzo, la traza de la iglesia del colegio franciscano de San Buenaventura o los claustros y espadañas de los conventos de Santa Paula y San Clemente el Real, demuestran la importancia que tuvo este arquitecto en el contexto artístico sevillano del primer tercio del siglo XVII. Su importancia artística fue tal que el 16 de marzo de 1628, recibió de Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, el nombramiento de maestro mayor de los Reales Alcázares de Sevilla, cargo que desempeñó hasta el mismo día de su muerte.