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domingo, 14 de octubre de 2012

Alejandro Sawa, un escritor bohemio.



En una de las equinas de la Calle San Pedro Mártir (en la esquina opuesta está el azulejo de recuerdo del poeta Manuel Machado) podemos ver este azulejo dedicado a uno de los ilustres bohemios de los escritores de la deneración anterior a la Generación del 98, una generación perdida: Alejandro Sawa.
Aquí en esta calle, dice la placa, nació el 15 de marzo de 1862. En su partida de nacimiento rezan todos estos nombres: Alejandro María de los Dolores de Gracia Esperanza del Gran Poder Antonio José Longinos del Corazón de Jesús de la Santísima Trinidad. Advocaciones tantas, quizá demasiadas, que muy bien pudieron ser luego la causa de su rabioso anticlericalismo y fobia a las sotanas.
En cualquier caso, el joven Sawa, que pasó su infancia en Málaga, se fue a vivir a Madrid cuando aún no había cumplido 18 años.
Eso sí, nunca renegaría de su condición de andaluz; más bien al contrario. Pero en Madrid fue donde vivió finalmente, salvo un breve paso por París, hasta que, en 1909, falleció.
Tras su llegada a Madrid, el apasionado joven desarrolló una fecunda actividad literaria, que habría que enmarcar en el naturalismo imperante en ese momento. 
En tres años, los que van de 1885 a 1888, escribió seis novelas. Luego viajó a París, donde residió seis años. Fue la época dorada de su vida, la que le marcó para siempre. En la ciudad de la luz entró en contacto con el Simbolismo y de ella regresó a Madrid recitando a Verlaine a la luz de la luna.  
Algunas adaptaciones teatrales, numerosas colaboraciones en prensa y poco más; así hasta el final de sus días. Su obra cumbre, "Iluminaciones en la sombra", fue póstuma. 
Y curioso es que aquél para el que había trabajado de negro (le escribía alguna de sus obras) y con el que tenía innumerables agravios y deudas económicas pendientes, Rubén Darío, le hiciese un sentido prólogo a la novela.
Sawa, como autor, no desdice de su tiempo. Hereda lo que entonces se llevaba: el naturalismo, un movimiento que tiende una mano al realismo y otra al romanticismo. Sus obras "La mujer de todo el mundo", "Crimen legal" o "Criadero de curas" son tres ejemplos. 'La pluma de Sawa no retrocede ante nada: condesas inmorales; curas impíos, capaces de convertirse en crueles violadores...
Finalmente, este sevillano finisecular manifiesta una cierta predisposición favorable al progreso científico, no tanto al político, pues, sobre la democracia, no tenía claro que la conjunción de la voluntad de la mayoría fuera la mejor fórmula para gestionar la realidad.
Sí, en cambio, sorprende su peculiar manera de enfrentarse al erotismo en sus obras. En sus escritos defiende sin ambages la capacidad erótica de la mujer y su legitimidad para expresarse libremente en este terreno, adelantándose a las reivindicaciones feministas que surgirían mucho después', resume la filóloga.
Y, tal vez porque fue el autor más bohemio y loco de la época, hay hoy, prácticamente, una absoluta coincidencia entre los estudiosos de la literatura de entonces, cuando señalan que el genuino e inigualable Max Estrella, protagonista de Luces de Bohemia, está escrito y moldeado a imagen y semejanza de Sawa. Sin ningún género de dudas, la pluma de Valle-Inclán retrató magistralmente al exaltado y lo inmortalizó para siempre.