Este mural cerámico es de los pocos de todo el conjunto de bancos de la Plaza de España que fue realizado fuera de Sevilla, en este caso se fabricó en el taller de Daniel Zuloaga y sus hijos Juan y Teodora en la propia Segovia.
En él se representa la firma de la Concordia de Segovia entre Isabel y Fernando donde se produce un reparto de competencias entre ambos monarcas en enero de 1475. Isabel es "Reina y propietaria de Castilla" y su esposo recibe el título de Rey.
En la Concordia se confirma que Isabel era la única propietaria del reino como única heredera, de modo que a su muerte, sus títulos pasarían a sus descendientes directos. Fernando recibió el título de rey y no quedó relegado a consorte, de modo que los documentos oficiales, la moneda, el sello y los pregones quedarán encabezados por el nombre de ambos con precedencia de Fernando, pero las armas de Castilla tendrían precedencia a las de Aragón.
Isabel sería la que se reservara la provisión de cargos públicos en Castilla, y el producto de los impuestos castellanos se destinaría prioritariamente a obligaciones administrativas en Castilla y el saldo restante se utilizaría en común acuerdo, los beneficios eclesiásticos se concederían de común acuerdo, pero en caso de conflicto decidiría la reina; los asuntos administrativos y judiciales, y el nombramiento de corregidores se regularían de común acuerdo cuando los reyes estuviesen juntos y si estuvieran por separado, a nombre de cada uno.
La Concordia no supuso un acuerdo entre marido y mujer sino un acuerdo entre dos bandos políticos rivales, de este modo estaba redactada para garantizar a los nobles castellanos que no iba a haber injerencia por los aragoneses en el gobierno del reino castellano, de modo que solo trataba de regular las rentas ordinarias, los nombramientos de cargos y la administración de justicia, quedando al arbitrio de los reyes la política exterior, la guerra y las rentas extraordinarias.
La Concordia también significó el establecimiento de una cohesión política entre Fernando e Isabel, para neutralizar cualquier intriga política que ahondara en desavenencias que pudieran haber surgido entre los monarcas.