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jueves, 9 de enero de 2014

El busto de Don Federico Rubio.



A mitad de la Calle Madre de Dios, en el número 3 de la misma, nos encontramos sobre su puerta una hornacina con un busto sin identificación alguna.

Este señor con una imagen decimonónica es el ilustre médico Don Federico Rubio y Gali y el edifico era la Antigua Escuela libre de Medicina y Cirugía. A sólo una decena de metros de allí nos podemos encontrar con una calle rotulada con el nombre de Don Federico Rubio.


Don Federico Rubio y Galí nació en la ciudad de Puerto de Santa Maria (Cádiz) el 30 de agosto de 1827.

Su padre, Abogado de la Real Audiencia de Sevilla, figuraba como liberal, de los que llamaban «exaltados», y sirvió en el Ejército de Riego, siendo desterrado a Francia.

En consecuencia, la familia sufrió una serie de dificultades que repercutieron, lógicamente, en la infancia del niño. En los primeros años recibió su enseñanza elemental en una Escuela pública de Cádiz, que es donde residía.

Al cumplir los 16 años se matriculó en la carrera de Medicina para la que no sentía la más mínima inclinación, como después el mismo declaró, asegurando que lo hizo pensando que mediante ella podría prestar ayuda a los suyos.

Con grandes dificultades (seguramente debidas en gran parte a esa falta de vocación), fue difícilmente avanzando en los estudios, pese a sus denodados esfuerzos y dedicación.

Pronto descubrió que era el trabajo en el anfiteatro de disección lo que más le interesaba y que servía para aprender la Anatomía, haciéndose un gran técnico.

Perfeccionándose en ella, consiguió pronto una plaza de Ayudante-disector.

También por esa vía adquirió una gran afición a la Cirugía, de tal manera que antes de terminar la carrera publicó su primera obra, «Manual de Clínica quirúrgica».

A poco de obtener el grado de Doctor (1850) trasladó su residencia a Sevilla y allí hizo unas oposiciones a la plaza de primer Cirujano del Hospital Provincial. Pese a la superioridad de sus ejercicios, la plaza se la dieron a otro de los aspirantes.

Desde entonces se dedicó en Sevilla al ejercicio libre de la profesión, logrando rápidamente un gran prestigio, realizando arriesgadas y grandes intervenciones quirúrgicas que no se practicaban en España hasta entonces.

Liberal por abolengo y convicción, fue perseguido de vez en cuando. Al advenimiento de la República fue nombrado representante diplomático de España en Londres, donde por falta del «plácet» obligado se vio forzado a actuar extraoficialmente.

Aprovechó entonces su situación para relacionarse con los altos valores de la Medicina inglesa y desde allí hizo un viaje de información a los Estados Unidos que le resultó muy provechoso.

Creó la Escuela Libre de Medicina y Cirugía de Sevilla. En 1873, crea un laboratorio de Histología. En 1876 suscribe dos acciones de la recién creada Institución de Enseñanza (31 de mayo) y participa como ponente en su primer curso organizado de conferencias, versando sobre 'La ciencia y el Arte'. 

En 1880, funda el Instituto de Terapéutica operatoria en el Hospital de la Princesa en Madrid, con el objeto de impulsar la enseñanza de las especialidades quirúrgicas. Su gran creación es el Instituto Rubio para el que donó inicialmente 30.000 duros de plata.

En el 1896, el Dr. Rubio funda en el Insituto de Técnica Quirúrgica y Operatoria la Real Escuela de Enfermeras de Santa Isabel de Hungría. Fue la primera escuela para enfermeras laicas en España, aunque los estudios de enfermería no se regularizaron formalmente en España hasta el 7 de mayo del 1915.

El Dr. Rubio desplegó en ambos centros una actividad inigualada, formando con gran maestría una pléyade de especialistas.

Al mismo tiempo, antes y después de esta etapa, hizo numerosos libros y publicaciones no sólo de orden médico, sino de carácter filosófico y político.

Durante muchos años gozó de un incomparable prestigio en todo el país. Llego a ser una de las figuras más destacadas en la Medicina española de todos los tiempos.

El 31 de mayo de 1874 tomó posesión de una plaza de Académico de Número con la medalla número 28 y su paso por la Academia fue altamente notorio y fructífero.

En un descanso en la primavera de 1902 se le había agravado su implacable proceso de esclerosis generalizada y meses después, el 31 de agosto, entregó su vida cuando acababa de cumplir setenta y cinco años.

Cumpliendo sus deseos reiteradamente expresados, fue inhumado en la Capilla del Instituto, al que tanto prestigio proporcionó a lo largo de una vida plena de laboriosidad y realizaciones en favor de la humanidad y de la Ciencia.