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domingo, 7 de noviembre de 2021

La reja del diablo.

 

Con el sugestivo nombre de "Reja del diablo" nos referimos a la reja que le presentamos en la fotografía de arriba y que podemos ver sobre la fachada del nº 1 de la Plaza Alfaro, esquina con calle Lope de Rueda y a escasos pasos de la conocida Plaza de Santa Cruz.

Como si se tratara de una leyenda romántica de Gustavo Adolfo Bécquer, el imaginario popular quiso investir de poder sobrenatural a esta maraña de hierros cruzados y entrelazados a la que la mente no da explicación a no ser de que seas ducho en el arte de la forja.


Como podemos apreciar, la reja de forja no tiene los barrotes ni soldados ni pegados, como si fuera de una unión antinatural permanecen unidos al estar entrelazados, como si el hierro se hubiera convertido por arte de magia algo líquido al que poder dar forma a tu antojo. Quizás es esta característica la que ha hecho que muchos digan de esa reja que la forjó el mismísimo diablo. Y esa historia es la que muchos turoperadores comentan a pie de casa sin tener en cuenta, en muchas ocasiones, la realidad de su realización o lo que pensarán los propietarios de esa casa, algunas veces cansados de escuchar mil y una historias sin sentido.

Pero volvamos a la realidad y dejemos el romanticismo becqueriano a un lado. La técnica de realización de la reja tiene poco de paranormal o de demoniaco, se trata de una reja machihembrada efectuada bajo una forma llamada de punzonado que la hace casi imposible de imitar y original.

Este tipo de rejas no se hacía en Sevilla, sino que eran fabricadas fuera teniéndose constancia de otras en diferentes puntos de nuestra geografía. Un taller de forjado en Úbeda o Jaén parece ser que, se especializaron en ella durante esa época. La dificultad para su realización es grande y sólo los maestros eran capaces de hacer una igual, por eso decía de ella que «sólo el diablo podía ser su creador» aunque este tipo de reja también tiene sus iguales en otras partes de Europa.

sábado, 28 de julio de 2012

El agua del Alcázar.



En la Plaza Alfaro podemos ver, sobre la antigua muralla almohade y que hoy en día forma parte de las extensiones del Alcázar, dos orificios que sirvieron a los cristianos para conducir el agua desde las afueras de la ciudad.
Así lo testifica una placa que se instaló con motivo de su restauración.



In  Alfaro Square we can see, on the former muslim wall and that nowadays forms a part of the extensions of the Alcazar, two orifices that were used by the Christians to transport the water from the suburbs of the city.
This way it is attested by a plate that is installed on the occasion of the restoration.

viernes, 20 de julio de 2012

El balcón que inspiró "El barbero de Sevilla".



Continuando con la Plaza Alfaro, hoy vamos a hacer referencia a dos elementos diferentes pero que, en este caso, están muy ligados, por un lado este balcón que vemos en la fotografía y, por otro, a la ópera "El barbero de Sevilla". En este balcón, cuenta la leyenda que pasa gran parte de la acción de la obra operística.
"El Barbero de Sevilla" es una ópera bufa en dos actos con música de Gioachino Rossini y libreto en italiano de Cesare Sterbini, basado en la comedia del mismo nombre de Pierre-Augustin de Beaumarchais.
Cuando Beaumarchais eligió a Sevilla como escenario de su comedia no lo hizo por simple capricho. Había por el contrario razones profundas, por historia y por tradición literaria. Debido al descubrimiento de América, Sevilla se había convertido en la primera ciudad de España. Conoció entonces el esplendor, tanto en su vertiente demográfica, como en la económica y artística. Sevilla era la Babilonia de España y fue ampliamente cantada por poetas, dramaturgos y novelistas que fueron moldeando una imagen de la ciudad cuya fama traspasaría las fronteras. 
Aquella Sevilla produjo al mítico Don Juan y en aquella ciudad había residido en diversas ocasiones y por largos años Cervantes, que trasladó a su creación literaria aspectos del vivir sevillano. Era la Sevilla del oro de las Indias.
Por el contrario, la Sevilla del siglo XVIII había cambiado tanto, externa como internamente, respecto a la del Siglo de Oro que era imposible reconocerla.
Ya no era una ciudad tan esplendorosa como entonces ni tan llena de contrastes, sino una apagada capital de provincias que en gran parte vivía de sus sueños del pasado. 
Por eso Beaumarchais no encontró mejor referente que Sevilla para plasmar una problemática, como era la de los matrimonios a la fuerza, que a su juicio debía pertenecer ya al pasado, pero que se perpetuaba, sin embargo, como una pesada rémora en el presente.
Eligió a Sevilla por historia y por tradición, por coherencia creativa, y supo reflejarla en su comedia en sus rasgos esenciales. La adaptación como libreto por parte de Sterbini potenció esos aspectos y la genial música de Rossini obró el milagro de la inmortalidad.


La acción de la ópera transcurre mayoritariamente en el piso superior de la casa de Don Bártolo. Si Almaviva y Rosina pudiesen comunicarse, de palabra y de tacto, a través de una ventana en la parte inferior, al mismo nivel de la calle, sobraría el balcón y cuanto gira en torno a este importantísimo elemento a todo lo largo de la historia: desde la serenata inicial hasta la escala para efectuar el asalto y la frustrada fuga.
La trama es por todos conocida, lo que no todos saben es que la leyenda sevillana cuenta que éste de la fotografía es el balcón que inspiró parte de esta obra.
Pero la leyenda es una cosa y la historia otra. La obra se escribió en 1775 y el edificio sobre el que se apoya dicho balcón fue construido a finales del siglo XIX.
Unos años más tarde, en 1925, el edificio cambió de propietario, quien construyó el famoso balcón y adornó la fachada con una portada de piedra que hizo traer de un palacio de la localidad de Écija.
Como vemos, de nuevo la leyenda se enfrenta a la historia y la vence.

jueves, 19 de julio de 2012

La Plaza Alfaro.



Al final del Callejón del Agua, donde convergen la Calle Lope de Rueda, y una de las puertas de los Jardines de Murillo nos encontramos con una pequeña y coqueta plazoleta, la Plaza Alfaro.

Esta Plaza de Alfaro se denominó en la última mitad del siglo XVI como Plazuela del Obispo de Squilache, al vivir en ella Don Alonso Fajardo que fue canónigo de Sevilla y Obispo de Squilache, fundador del Convento de las Vírgenes en 1.587.

Su actual nombre lo toma del celebre jurista Don Francisco de Alfaro, quien nació en dicha plaza en 1551. Entre su labor jurídica sobresalió su defensa del derecho natural de los indios de América. Después de inspeccionar el trato que recibían los indios del Río de la Plata y Tucumán (1610-1612), elaboró unas Ordenanzas que abolían las encomiendas con servicio personal.