Para este importante acontecimiento se desplazó a la sede de Sevilla un personaje de importancia en la organización, Su Beatitud el Metropolita Hilarión, Primer Jerarca de la ROCOR, acompañado de Su Excelencia el Obispo Michel, representante de Ginebra y Europa Occidental.
Después de pedirle la bendición a su starez, empezó a irse a menudo al bosque para orar y pensar en Dios. Poco después se enfermó gravemente de nuevo y por tres años tuvo que permanecer acostado la mayor parte del tiempo.
Y de nuevo lo sanó la Santísima Virgen María, Quien se le apareció, acompañada de algunos santos. Luego Ella señaló al enfermo y le dijo al apóstol Juan el Teólogo: "Este es de nuestra especie." Luego tocó con Su cetro el costado del enfermo y lo sanó.
Su consagración monástica, con el nombre de Serafín, tuvo lugar en el año 1786 (a los 27 años). El nombre Serafín en hebreo significa "ardiente, lleno de fuego." Poco después fue consagrado como hierodiácono (diácono monje). El justificaba su nombre con sus ardientes oraciones y pasaba todo el tiempo (salvo mínimos descansos) en el templo. Durante estos esfuerzos de oraciones y servicios religiosos, San Serafín fue honrado de ver a ángeles, que cantaban y cooficiaban en el templo. Un Jueves Santo, durante la Liturgia él contempló al Mismo Señor Jesucristo en la forma de Hijo de Hombre, Quien entraba en el templo junto con huestes celestiales y bendecía a los fieles que oraban. Paralizado por esta visión el santo no pudo hablar por mucho tiempo.
En el año 1793, san Serafín fue consagrado hieromonje (monje sacerdote) y por el transcurso de un año ofició Misa y tomó la Comunión todos los días. Luego san Serafín comenzó a alejarse a su "lejano desierto," en la profundidad del bosque, a 5 kilómetros del monasterio de Sarov. Llegó ahí a un gran perfeccionamiento espiritual. Animales salvajes como osos, liebres, lobos, zorros y otros venían a la morada del ermitaño. Una monja anciana, Matrona Pleshcheev del monasterio de Diveevo, vio personalmente como San Serafín alimentaba con sus manos a un oso que se le acercó. "El rostro del starez en aquel momento era luminoso y radiante como el de un Angel", contaba ella.
Mientras vivía en su ermita del bosque, San Serafín fue duramente atacado por unos ladrones. Siendo físicamente fuerte y con un hacha en las manos, San Serafín no se defendió. Ellos reclamaban dinero, pero él puso su hacha en la tierra, cruzó los brazos sobre su pecho y se entregó mansamente. Ellos lo empezaron a golpear en la cabeza con la madera de su propia hacha hasta que la sangre empezó a correr de su boca y oídos y cayó desmayado. Ellos continuaron golpeándolo con un tronco, lo pisaban y lo arrastraban por el suelo. El único tesoro que los bandidos encontraron en su celda era el icono de Nuestra Señora del Enternecimiento, ante el cual él siempre oraba. Cuando estos malhechores fueron prendidos y juzgados, el santo intercedió por ellos ante el juez. Después de los golpes recibidos, San Serafín quedó encorvado para toda su vida.
Poco después San Serafín comenzó un período en el que empezó a pasar los días rezando sobre una piedra cerca de su ermita y las noches en lo espeso del bosque. Él rezaba casi sin interrupción con los brazos levantados hacia el cielo. Esta hazaña espiritual la llevó a cabo por mil días.
Al final de su vida, tras una visión especial de la Madre de Dios, San Serafín asumió la tarea de ser starez y empezó a atender a todos los que venían buscando su consejo y dirección espiritual. Miles de visitantes de diferentes clases sociales venían a verlo y él los enriquecía con sus tesoros espirituales adquiridos durante muchos años de trabajo. Todos lo veían alegre, manso, cordial, meditabundo y con el alma abierta.
A la gente le decía, a modo de saludo, "Alegría mía." A muchos aconsejaba: "Busca lograr tener el espíritu en paz y miles se salvarán a tu alrededor." Saludaba a todos sus visitantes, inclinándose hasta el suelo, los bendecía y les besaba las manos. No hacía falta contarle las preocupaciones pues el starez sabía lo que cada persona tenía en su alma. También decía: "Ser alegre no es un pecado, pues la alegría aleja el cansancio, que causa el desaliento, y esto es lo peor."
A un monje le decía una vez: "Si tú supieras que alegría, qué dulzura espera al alma del justo en el cielo, aceptarías todas las penas, las persecuciones y las calumnias agradecido. Hasta si esta misma celda estuviera llena de gusanos y estos comieran nuestro cuerpo durante toda la vida, uno debería aceptar todo esto con ganas, para no ser privado de la alegría celestial que preparó Dios para los que lo aman."
Motovilov, un discípulo cercano y venerador de San Serafín, fue testigo de la milagrosa transfiguración de su rostro. Esto pasó en el bosque durante el sombrío invierno. Era un día nublado, Motovilov estaba sentado sobre un tronco y san Serafín se encontraba frente a él en cuclillas y hablaba sobre el sentido de la vida cristiana y explicaba para que vivimos nosotros, los cristianos, en la tierra:
"Es necesario, que el Espíritu Santo entre en el corazón. Todo lo bueno que hacemos por Cristo nos da el Espíritu Santo, pero sobre todo la oración, que está siempre a nuestro alcance."
"Padre - le contestó Motovilov - ¿cómo puedo ver yo la Gracia del Espíritu Santo y saber si está conmigo o no?" San Serafín le dio ejemplos de la vida de santos y apóstoles, pero Motovilov seguía sin entender. Entonces el starez lo tomó fuerte del hombro y le dijo: "Ambos estamos ahora en el Espíritu de Dios." Motovilov sintió como que se le abrieron los ojos y vio que el rostro del santo era más luminoso que el sol. En su corazón Motovilov sentía alegría y silencio, su cuerpo percibía un calor como si fuera verano y alrededor de ambos se sentía un perfume agradable. Motovilov se asustó por este cambio milagroso, principalmente por la luminosidad del rostro del Santo. Pero San Serafín le dijo: "No tema, padre, Usted no podría ni siquiera verme, de no estar también en la plenitud del Espíritu Santo. Agradézcale al Señor por Su benevolencia hacia nosotros."
La Iglesia recuerda a San Serafín el primero de agosto y el 15 de enero (19 de julio y 2 de enero según el calendario eclesiástico, el juliano).