El colegio "Carmen Benítez" está situado en la plaza que lleva el mismo nombre, con mucha razón, pues fue esta buena señora quien lo donó a la ciudad para que pudieran estudiar en él los niños de su barrio.
Se construyó en una época de buena generación de poetas, en 1897, y el encargado de diseñarlo a gusto de la señora y de levantarlo fue el arquitecto Francisco Aurelio Álvarez.
El edificio ocupa una cuadra y está totalmente fabricado en ladrillo visto.
Su fachada principal da a la plaza antes mencionada por lo que Francisco Álvarez decidió construir en ella un voluminoso reloj que culmina el eje central de la misma (debía ser un "reloj de pesas de la máxima calidad", según expreso deseo de Carmen Benítez).
Por esta razón esta plaza también fue conocida como la Plaza del Reloj.
Álvarez construyó en el interior del edificio varias casas para los maestros, casas que, actualmente, ya no existen pues se han adaptado para ampliar el número de clases del colegio.
Como pueden imaginar, un colegio con una historia de más de ciento diez años ha pasado por todo tipo de vicisitudes. Obras, expolios, inundaciones, humedades, errores humanos han dado al traste con gran parte del archivo documental del colegio y, aunque en los últimos años se ha tratado de recuperar, gran parte de éste se ha perdido irreparablemente.
¿Cuántos alumnos famosos y con brillantes carreras profesionales habrán pasado por esta aulas? Ni se sabe, pero muchos, seguro.
Sólo hay constancia de una alumna con historial guardado, una beata sevillana, una monja teresiana con el nombre de Victoria Díez.
Pero, ¿quién era esta tal Carmen Benítez? Entremos a investigar en la vida de esta buena mujer.
Carmen Benítez fue declarada hija adoptiva de Sevilla con motivo de la entrega de este edificio a la ciudad. El edificio, según consta en los documentos notariales, costó la friolera de 184.000 pesetas de 1897.
Al quedarse viuda, heredó una gran fortuna de su marido Juan Ruiz y García. Con un propósito firme de beneficiar a la comunidad compró al Ayuntamiento unas parcelas baldías para construir allí el colegio y después regalarselo a los sevillanos.
El arquitecto fue Francisco Aurelio Álvarez quien montó dos escuelas en un sólo edificio, separados por un muro donde niños y niñas estuviesen juntos, pero no revueltos entre ellos.
Para su donación, la señora Carmen Benítez puso tres condiciones:
- que el edificio fuese destinado a la enseñanza,
- que la instrucción fuera fiel a los dogmas de la tradición católica y
- que un representante del arzobispado sevillano velara por el cumplimiento de estos preceptos.
Si estas condiciones se violaban, el edifico debería volver a sus herederos.