En la Calle Sierpes, cuando aún el Banco Hispano Americano existía (1984), esta entidad tuvo a bien colocar en la fachada de su edifico esta copia en azulejo de uno de los mejores cuadros de uno de los mejores pintores costumbristas que ha dado nuestra ciudad. Lo pueden leer en el azulejo inferior, "La Cárcel Real", de Gonzalo de Bilbao.
Recordando brevemente la historia, en este lugar estuvo (ya no queda rastro de ella) implantada la Cárcel Real durante casi siete siglos, desde el XIII hasta mediados del XIX.
El sitio era importante por entonces, ya que, a pocos pasos de allí estaba la real Audiencia de Grados de Sevilla que fue un órgano jurisdiccional de la Corona de Castilla, establecido en la ciudad en 1525, durante el reinado de Carlos I. Juez y verdugo, todo en un corto recorrido a pie.
Aunque en ella moraron célebres personajes como Miguel de Cervantes o Martínez Montañés, también se dice que la Cárcel de Sevilla era además de un lugar de reclusión, un lugar de encuentro dónde se llevaban a cabo negocios que beneficiaban tanto a los presos como a las autoridades.
Había alquiler de celdas al precio de quince reales al mes y que evitaban al preso tener que convivir con 300 o más presos, en una celda común. Los funcionarios de la cárcel explotaban a los presos. Los que sabían escribir, redactaban las cartas a los analfabetos previo pago. Algunos con dinero podían vivir holgadamente e incluso entrar y salir cuando quisieran, de modo que la cárcel era un refugio. Las puertas nunca estaban todas cerradas de día ni de noche hasta que se recogían los presos. Tal era que incluso muchas mujeres dormían en ella, los presos recibían la visita de mujeres, siguiendo con su negocio desde allí.
En fin, un auténtico submundo dentro de la ciudad.
Si alguien tiene interés en conocer la carda que había intramuros debería leer el capítulo 6, titulado "La Cárcel Real", de "El oro del Rey", quinto libro de la serie "El Capitán Alatriste" de Arturo Pérez-Reverte.
En él se recrea el velatorio de Nicasio Ganzúa, un ajusticiado al que darán garrote a la mañana siguiente y pasa la noche jugando a las cartas con los avenidos de la jacaranda sevillana. Una auténtica jábega de marrajos, como dice Pérez-Reverte.