Cuando tratamos un salón tan importante como es el del Pretorio no debemos otra cosa sino detenernos en la dos imponente puertas ue la flanquean en su salida al patio principal del palacio. Es por eso por los ue vamos indagar un poco sobre su origen y sobre los textos góticos que se inscriben en su perímetro, tanto del anverso como del reverso de la mismas.
Llegados a este punto habría que preguntarse por la cronología y la autoría de la misma. Hasta el momento no se han hallado documentos donde se esclarezcan estas preguntas de un modo concluyente, sin embargo, los estudios publicados sobre las diferentes etapas constructivas de la Casa de Pilatos en las dos últimas décadas, han arrojado nuevos datos que a día de hoy nos permiten ofrecer indicios sobre tales planteamientos.
De las reformas efectuadas por don Fadrique se conservan algunos documentos de los contratos. En 1537 Antón Pérez era requerido para pintar y dorar la cúpula de media naranja de la escalera principal, además de ciertas puertas y ventanas. Ese mismo año, el carpintero Cristóbal Sánchez era igualmente solicitado para otra labor que no se precisa. Un año antes, el carpintero Andrés de Juara contrataba la armadura para el salón de los azulejos, actualmente Salón del Pretorio. A pesar de disponer de estos datos, ciertamente escasos, sería aventurado nombrar el ejecutor o ejecutores de la puerta, si bien, es posible que se encontrase entre los carpinteros mencionados. Por otra parte, mediante los restos conservados de los escudos y armas de los Enríquez y los Ribera, la datación de la puerta corresponde con la etapa de don Fadrique.
Centrando ahora nuestra atención en el contenido de las inscripciones, éstas se despliegan por los largueros de la puerta tanto por su cara externa como interna. Componen unos textos en latín identificados con el Credo en el reverso (la cara de entro para entendernos) y el padrenuestro en el anverso (la cara de fuera), que han de leerse necesariamente desde la parte inferior izquierda de cada hoja. La disposición de los textos, recuerdan manifiestamente a aquéllos que encontramos en el Alcázar, lo cual nos da cuenta del uso de una actividad inercial en el trabajo artístico heredado del arte mudéjar. De igual modo, rememoran la tradición islámica reinterpretada con nuevas claves.
Por lo que respecta a las oraciones, se aprecia como el empleo de la palabra se adapta a la puerta comportándose como un elemento más de la misma, lo que nos hace percibir un posible anhelo de los señores por las formas artísticas anteriores, así como de su probable carácter aleccionado. Se trata de una pieza de especial singularidad que debe inscribirse en la atmósfera de espiritualidad de la época y de su patrocinador.
Cabría recordar la ordenanza que don Fernando de Toledo emitió 1514 para la doctrina de los cristianos nuevos de Huéscar y Castilléjar en la que se ordena
"que los cristianos nuevos de esta su sibdad fuesen industriados e doctrinados en nuestra santa fe católica e hiciesen e cumpliesen lo que los buenos cristianos deben e son obligados a cumplir e dexen sus malas ceremonias moriscas".
En ellas se recoge que "sean obligados los tales nuevamente convertidos de aprender e saber (...) el Paternoster y el Avemaría y el Credo y la Salve Regina. Aun a pesar de tratarse del caso granadino, consideramos conveniente tomarlo como modelo para el reino de Sevilla, no sólo por la notable coincidencia de las propias inscripciones de la puerta con tales oraciones que los moriscos debían aprenderse, sino porque ciertamente la enseñanza de los mismos en la religión cristiana debió ser muy similar en el reino de Castilla. Por tanto, si aceptamos la concomitancia de lo expuesto con el objeto que nos ocupa, nos hallaríamos ante el único ejemplar de todo el grupo de puertas, donde los mudéjares no sólo serían los autores, sino que compartirían la recepción de la obra.
Por otro lado, atendiendo a la convivencia de las inscripciones de la superficie del muro con las propias de la puerta, en el interior del espacio arquitectónico.
Recordamos cómo la decoración islámica engalanaba los paramentos de sus edificios con un sentido textil, característica que tras la reconquista será adaptada a las nuevas fábricas de los territorios cristianos por los propios mudéjares, encargados de transmitir la técnica del oficio. Ejemplo de ello son el Alcázar de Sevilla o la Casa de Pilatos. Bien es cierto que, aunque no podemos confirmar que la naturaleza de las inscripciones de las puertas esté supeditada a aquellas que se descubren por la superficie, sí podría justificar la realización ex profeso de los textos para la propia puerta. Con todo, se hace palpable que tales puertas, dotadas de la palabra, adquieren un gran valor en el seno de la arquitectura, puesto que están concebidas como un objeto de una profunda carga simbólica.
De todo lo establecido hasta el momento, se desprenden una serie de apreciaciones. Por una parte, la concepción de las inscripciones se llevaría a cabo bajo un ambiente culto, tal y como se corresponde, asimismo, al uso del latín escrito en la época y el significado religioso de las mismas.
Por otra, y en definitiva, debemos entenderlas como la expresión de un gusto, de una cultura literaria y de un cierto disfrute estético. De esta forma, podemos suponer que debía tratarse de un dilatado oficio artesanal, virtuoso, en el que se observan rasgos que reflejan un cierto aprecio de lo exótico aunado a la tradición islámica, más si cabe, de una elevada valoración del arte islámico como estética de prestigio, desarrollado en un marco laboral propio del mudéjar que por estas fechas ya comenzaba a desaparecer.
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