El gracejo sevillano se pone de manifiesto una vez más. A falta de electricidad que permita que el timbre lance su típico riiiiiinnnnnnggggg, hay que apañarse con un par de golpes secos en la puerta metálica, como toda la vida se ha hecho, como diría mi padre.
Lo dicho, ¡¡¡llamar pom...pón!!! si quieren que Diego les arregle la bicicleta.
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