En pleno corazón de Sevilla, en la confluencia de las calles Alhóndiga y Muñoz León, se erige la Iglesia de Santa Catalina, un templo cargado de historia, arte y vestigios de las civilizaciones que han dejado su huella en la ciudad. A lo largo de los siglos, este edificio ha pasado por distintas fases, desde sus orígenes en época islámica hasta su restauración en tiempos recientes. Su historia es, en esencia, la historia de Sevilla: una ciudad que ha sabido reinventarse sin perder su esencia.
El terreno sobre el que se asienta la iglesia de Santa Catalina ha sido un lugar sagrado desde hace siglos, posiblemente desde la época romana. Durante la restauración llevada a cabo entre 2004 y 2018, los arqueólogos encontraron restos que sugieren la existencia de una necrópolis romana tardía en esta zona de Sevilla, lo que indica que el lugar pudo haber tenido un significado funerario o religioso ya en el siglo IV d.C.
Con la llegada de los visigodos, Sevilla se convirtió en un importante centro religioso y político. Es probable que sobre la antigua necrópolis se levantara algún tipo de edificación cristiana, aunque no hay pruebas concluyentes de ello.
En el siglo VIII, con la conquista musulmana de la península ibérica, la ciudad pasó a formar parte del califato omeya y, posteriormente, del reino taifa de Sevilla. Durante este período, se levantaron numerosas mezquitas de barrio, pequeñas construcciones destinadas a la oración diaria de los fieles musulmanes.
La tradición y los estudios arqueológicos sugieren que Santa Catalina fue en origen una de estas mezquitas. En los trabajos de restauración se encontraron restos de estructuras y cimentaciones almohades (siglo XII), lo que confirmaría que, antes de ser iglesia, el edificio funcionó como un espacio religioso islámico.
Orígenes islámicos
Por estas razones, para entender los inicios de la Iglesia de Santa Catalina es imprescindible retroceder a la época islámica. Durante el periodo andalusí, el lugar que hoy ocupa la iglesia formaba parte de la red de mezquitas de la ciudad. Aunque no se han conservado documentos que lo confirmen con absoluta certeza, las evidencias arqueológicas y la disposición del edificio sugieren que Santa Catalina se edificó sobre una antigua mezquita de barrio, conocida en árabe como aljama.
Esta práctica no era inusual en la Sevilla cristiana tras la conquista de Fernando III en 1248. Muchas mezquitas menores fueron consagradas como iglesias, y con el tiempo, algunas fueron demolidas para construir nuevos templos de arquitectura gótico-mudéjar. La propia estructura de Santa Catalina, con su característico artesonado de madera y su torre que recuerda un alminar, es testimonio de ese pasado andalusí.
En el siglo XIII, tras la conquista cristiana, la mezquita se transformó en iglesia parroquial. Documentos de la época mencionan su adscripción al cabildo eclesiástico sevillano y su vinculación con órdenes religiosas que se encargaron de su mantenimiento y culto.
La construcción mudéjar
Fue en el siglo XIV cuando el templo adquirió su forma actual, dentro del estilo gótico-mudéjar sevillano. La iglesia presenta una estructura de tres naves separadas por arcos apuntados que descansan sobre pilares, un rasgo distintivo del mudéjar. En el exterior, la portada principal de ladrillo sigue el modelo de otras iglesias sevillanas de la misma época, como San Marcos o San Pedro. Su rosetón y su sencilla pero elegante ornamentación demuestran el esplendor artístico que alcanzó Sevilla durante aquellos siglos.
Un elemento destacado es su torre, que en origen fue un alminar islámico reformado para servir como campanario cristiano, siguiendo el mismo patrón que la Giralda o la torre de San Marcos. Esta fusión de elementos arquitectónicos es un claro reflejo del sincretismo cultural de la Sevilla medieval.
Entre las figuras clave de esta época destaca el maestro Alfonso Martínez, arquitecto que trabajó en varias iglesias sevillanas del siglo XIV y que probablemente influyó en la construcción de Santa Catalina.
Siglos de transformaciones y restauraciones
Durante los siglos siguientes, la Iglesia de Santa Catalina experimentó diversas modificaciones y restauraciones. En el siglo XVI, el interior fue enriquecido con retablos renacentistas y barrocos, mientras que en el siglo XVIII, se realizaron reformas estructurales debido a los daños ocasionados por el terremoto de Lisboa de 1755. Durante esta época, el maestro mayor de obras Diego Antonio Díaz trabajó en la consolidación de varios templos afectados, entre ellos Santa Catalina.
En el siglo XIX, las desamortizaciones afectaron a la vida eclesiástica y al patrimonio de muchas iglesias sevillanas, incluyendo Santa Catalina. Aunque no fue desamortizada, sí sufrió el abandono temporal de algunos de sus bienes muebles. Durante la restauración de finales de este siglo, se reintegraron elementos decorativos que habían sido retirados.
En 1881, la iglesia fue declarada Monumento Nacional, lo que permitió su conservación frente a los proyectos urbanísticos de la época que amenazaban con la desaparición de templos históricos.
Clausura y restauración
A finales del siglo XX, la iglesia comenzó a mostrar signos preocupantes de deterioro. Las humedades, las filtraciones y los problemas estructurales hicieron que en 2004 se clausurara para evitar su colapso. Lo que siguió fue un largo proceso de restauración que se extendió durante más de una década, despertando el interés de historiadores, arqueólogos y amantes del patrimonio sevillano.
Los trabajos de restauración no solo permitieron recuperar el esplendor original del templo, sino que también sacaron a la luz hallazgos sorprendentes. Durante las excavaciones arqueológicas, se encontraron restos de cimentaciones islámicas, confirmando la hipótesis de que el templo se erigió sobre una antigua mezquita. Además, se descubrieron enterramientos de distintas épocas, desde la Sevilla medieval hasta periodos más recientes, proporcionando una valiosa información sobre la evolución histórica del barrio.
Un hallazgo especialmente relevante fue el de una serie de lápidas con inscripciones en latín y árabe, que atestiguan la convivencia de culturas en la Sevilla bajomedieval. También se encontraron fragmentos de cerámica almohade y nazarí, lo que confirma la importancia del enclave en la ciudad islámica.
Finalmente, en 2018, tras 14 años de trabajos intensos, la Iglesia de Santa Catalina reabrió sus puertas al culto y a la ciudad. Su restauración no solo ha devuelto a Sevilla un importante monumento, sino que ha permitido revalorizar el patrimonio histórico y artístico del casco antiguo.
Hoy, Santa Catalina no solo es un templo en funcionamiento, sino un símbolo de resistencia y recuperación del patrimonio histórico. Sus muros guardan los vestigios de las distintas culturas que han pasado por Sevilla, recordándonos que la historia de la ciudad está escrita en cada piedra, en cada arco y en cada sepultura descubierta bajo su suelo.
La iglesia de Santa Catalina no es solo un edificio religioso, sino un testimonio arqueológico y arquitectónico del pasado de Sevilla. Desde sus orígenes como posible necrópolis romana hasta su esplendor mudéjar y su renacimiento en el siglo XXI, este templo ha resistido el paso del tiempo y sigue siendo un punto de referencia para la historia y el arte sevillano.
Visitarla es hacer un viaje a través de los siglos, explorando los secretos que se ocultan bajo sus muros y descubriendo las huellas de todas las civilizaciones que han dejado su marca en este rincón de Sevilla.