Los orígenes de la Cartuja de Santa María de las Cuevas se remontan a finales del siglo XV, cuando la orden de San Bruno se estableció en el monasterio.
Este es uno de los recintos más estrechamente unidos al Descubrimiento de América, habiendo servido de depósito de bienes para la familia Colón e incluso como segundo enterramiento para los restos del Almirante.
El conjunto fue saqueado durante la invasión francesa y los monjes cartujos expulsados definitivamente tras la exclaustración de 1835.
En 1838 este extraordinario monumento pasó a manos de Guillermo Pickman, oportunista inglés que no tuvo ningún reparo en destrozar buena parte del recinto para establecer su famosa fábrica de loza.
Precisamente, de esta época son los hornos de botella que confieren originalidad al conjunto monumental.
Al principio de su funcionamiento la fábrica se adaptó al edificio siendo respetuoso con el mismo, pero la demanda de producción de loza terminó por utilizar todos los restos edificados sin piedad.
La fabricación de loza y porcelana estuvo funcionando en el monasterio hasta 1982, fecha en que es desalojado.
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