Frente al muro del Evangelio nos encontramos con un poblado muro de la Epístola. Existen varios retablos y algunos azulejos. Entre ellos destaca el retablo dedicado a San Antonio de Padua, flanqueado la verja que separa la nave del presbiterio y una puerta que nos lleva hasta dependencias interiores de la iglesia, que se atribuye al taller de Pedro Roldán y es obra del siglo XVII.
Junto al retablo de San Antonio nos encontramos este azulejo en el que la Hermandad de los Negritos nombran Camareras Honorarias Perpetuas a las Hermanas Clarisas de este Monasterio.
De la misma época que San Antonio de Padua es el retablo de la Inmaculada, aunque la imagen allí expuesta es una obra del siglo XVIII, relaciona con el taller de Pedro Duque Cornejo. Sobre este retablo hay un altorrelieve de San José y el Niño que sigue el modelo del taller de Pedro Roldán.
Sobre el muro podemos ver un azulejo, semejante a otro que hay en el muro exterior del templo, donde se hace mención al hecho de que esta iglesia de Santa María de Jesús ha sido declarada sede de la Orden Ecuestre de la orden de Caballería del Santo Sepulcro de Jerusalén.
Junto al retablo de la Inmaculada nos encontramos otro más pequeño dedicado a San Pancracio. Este retablo, de escasa calidad artística, es, sim embargo el más visitado de la iglesia, formándose los lunes auténticas colas para rezar ante el santo.
Finalmente, en el muro de la Epístola nos encontramos con el retablo de las Ánimas, realizado por Asensio de Maeda y Juan de Oviedo en 1587. La representación de las ánimas es posterior a su creación, siglo XVIII. En el centro muestra un relieve escultórico de Cristo camino del Calvario. En la parte superior aparece el Padre Eterno.
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