viernes, 16 de febrero de 2024

El Archivo de Indias: Los Gobernadores de Cuba (5).



17.- Teniente General D. José Gutiérrez de la Concha, Marqués de La Habana. 
Lienzo en la sala este. 
Gobernó desde el 11 de noviembre de 1850 al 16 de abril de 1852.
Gobernó desde el 21 de septiembre de 1854 al 24 de noviembre de 1859.
Gobernó desde el 6 de abril de 1874 al 11 de marzo de 1875.

Don José Gutiérrez de la Concha Irigoyen, Marqués de la Habana, Vizconde de Cuba (Córdoba de Tucumán, en el Virreinato del Río de la Plata (Argentina), 4.VI.1809 – Madrid, 5.XI.1895). Militar, diputado y senador.

Gutiérrez de la Concha desempeñó en tres ocasiones la capitanía general de Cuba. La primera de ellas, entre 1850 y 1852, teniendo que hacer frente a la invasión de Narciso López, general caraqueño renegado del Ejército español, que pretendía anexionar Cuba a los Estados Unidos. La invasión, que desembarcó en Cárdenas en mayo de 1851, fracasó gracias a la rápida reacción del capitán general. Para suplir a las tropas enviadas desde La Habana, Concha creó el Cuerpo de Nobles Vecinos, milicia compuesta por civiles afectos a España y sufragada por la burguesía habanera españolista. 

A pesar de su cercanía con el Partido Moderado, el gobierno del Bienio Progresista (1854-1856) le nombró de nuevo capitán general de la isla de Cuba desempeñando el cargo desde 1854 hasta 1859. Uno de los principales cometidos de Concha fue la reforma de la estructura militar de la isla. Creó varias unidades irregulares, como las Milicias de Color, fomentó la presencia de la Guardia Civil y saneó las cuentas del Ejército español de Cuba. Además, en el contexto del descubrimiento de la conspiración anexionista de Ramón Pintó en febrero de 1855, creó los Cuerpos de Voluntarios para reforzar la presencia armada española en la isla. Estos cuerpos, que recuperaban la idea de los Nobles Vecinos de 1851, se acabaron convirtiendo en la más importante milicia española de Cuba hasta 1898. Además, Concha reformó a fondo la educación y trató de combatir la endémica corrupción de la administración pública cubana. Su labor le valió el marquesado de La Habana en 1857. 

En abril de 1874, tras haber alcanzado el empleo de teniente general siete años antes, fue nombrado por el gobierno de la Primera República capitán general de la isla de Cuba por tercera y última vez. Al fracasar en su intento de acabar con las partidas insurrectas en el centro y oriente de la isla, en mayo de 1875 fue substituido por Blas Villate, conde de Valmaseda, que en 1869-1870 encabezara una exitosa campaña en el oriente de la isla.


18.- Teniente General D. Valentín Cañedo. Lienzo en la sala este. 
Gobernó desde el 16 de abril de 1852 al 3 de diciembre de 1853.


Don Valentín Cañedo Miranda. (Oviedo, 14.II.1806 – Madrid, 1.VIII.1856). Militar, teniente general, gobernador, gentilhombre de Cámara.

En marzo de 1852 fue nombrado capitán general de la isla de Cuba, desplegando a su llegada todos sus esfuerzos para hacer fracasar los intentos de insurrec­ción y el desembarco de nuevas expediciones como la dirigida dos años antes por el general Narciso López. Logró así que la paz reinase durante su mandato, al tiempo que mejoraba los acuartelamientos y las con­diciones de vida de las tropas.

En diciembre de 1853 fue reemplazado en el mando, regresando a la Península y pasando a la si­tuación de cuartel en Madrid. Al producirse el alza­miento militar de julio de 1854 se le ofreció la Ca­pitanía General de Castilla la Nueva, pero no quiso aceptar el cargo.

Durante su vida recibió, entre otras condecoracio­nes, las grandes cruces de Isabel la Católica (1843) y de San Fernando (1846). Fue gentilhombre de Cá­mara de Su Majestad (1852) y miembro de las Reales Academias de Ciencias Exactas y Naturales de Sevilla y de la de Bellas Artes de San Luis de Zaragoza.


19.- Teniente General Marqués de la Pezuela. Lienzo en la sala este. 
Gobernó desde el 3 de diciembre de 1853 al 21 de septiembre de 1854.

Don Juan Manuel González de la Pezuela y Ceballos (Lima, 16 de mayo de 1810-Madrid, 1 de noviembre de 1906)​ fue un noble, I conde de Cheste, I marqués de la Pezuela, I vizconde de Ayala, grande de España. Político de ideas conservadoras, militar, escritor, senador y poeta español, traductor en verso de la Divina comedia de Dante Alighieri y diversas epopeyas cultas en italiano y portugués. 

Desempeñó diversos puestos, entre ellos el de Capitán general de los Reales Ejércitos, Gobernador de Cuba y Puerto Rico, Capitán general de Cataluña y comandante general de Alabarderos. Hombre también de letras, en 1875 fue elegido director de la Real Academia Española.

En 1846 fue ministro de Marina y en 1848 volvió a la carrera militar al ocupar la capitanía general de Madrid. 

Más tarde pasó a América donde ocupó el cargo de gobernador de Puerto Rico de 1848 a 1851, sucediendo a Juan Prim. Allí, aunque derogó el Código negro de Prim, impuso el odiado "Régimen de la Libreta", una esclavitud encubierta para los habitantes de la isla que los obligaba a trabajar en las haciendas por una mala paga, o por nada. Los jornaleros debían cargar con una libreta en todo momento que evidenciaba su trabajo. Más tarde gobernador de Cuba de 1853 a 1855.


20.- Teniente General Duque de la Torre. Lienzo en la sala este. 
Gobernó desde el 24 de noviembre de 1859 al 10 de diciembre de 1862.

Don Francisco Serrano y Domínguez (San Fernando, 17 de diciembre de 1810-Madrid, 25 de noviembre de 1885), duque de la Torre y conde consorte de San Antonio, fue un militar y político español que ocupó los puestos de regente del reino, presidente del Consejo de Ministros y último presidente del Poder Ejecutivo de la Primera República

Durante el denominado Quinquenio Unionista, 1858-1863, Serrano colaboró muy de cerca con O’Donnell, quien en septiembre de 1859 le nombró gobernador-capitán general de la isla de Cuba.

Gobernar Cuba no era empresa fácil, para lo que se necesitaba un tacto especial, tanto por los incipientes gérmenes separatistas que iban en aumento cada día en la isla, como por el desbarajuste administrativo que existía en ella. Por ello, O’Donnell pensó que Serrano era la persona más adecuada para gobernarla.

En efecto, durante los tres años que Serrano estuvo al frente de Cuba, su gestión fue muy positiva —enturbiada sólo por el asunto de la intervención de España en México, error que le llevó a enfrentarse abiertamente con la acertada decisión de no intervenir del general Prim—, pues supo conjugar la autoridad de su cargo con un trato humano y cortés, que hasta entonces nunca había sido utilizado por los capitanes generales que le habían precedido. Serrano llevó a cabo en la isla una política conciliadora, escuchó atentamente a todos en sus planteamientos y fomentó la participación, por vez primera, de los cubanos en la Administración de Cuba. Al finalizar su mandato, por su positiva gestión fue recompensado por la reina Isabel II con el título de duque de la Torre con Grandeza de España.

A su regreso a España en enero de 1863, no olvidó Serrano los problemas y las inquietudes de Cuba. Influyó decisivamente en la creación del Ministerio de Ultramar independiente del Ministerio de la Guerra, al contrario de como hasta entonces había funcionado.


21.- Teniente General don Domingo Dulce, Marqués de Castell Florite.
Lienzo en la sala este. 
Gobernó desde el 10 de diciembre de 1862 al 30 de mayo de 1866.
Gobernó desde el 4 de enero hasta el 2 de junio de 1869.

Don Domingo Dulce Garay, Marqués de Castelflorite (Sotés (La Rioja), 7.V.1808 – Balneario de Amélie-les-Bains (Francia), 23.XI.1869). Teniente general.

Ingresó en 1823 en el ejército coincidiendo con el final del Trienio Liberal y participó en la Primera Guerra Carlista con los militares cristinos y bajo las órdenes de Baldomero Espartero a quien le unía una profunda amistad, obteniendo cuatro Cruces Laureadas de San Fernando. Fruto de la amistad con Espartero fue su colaboración durante la regencia de este, siendo persona destacada para sofocar la revolución de 1841 cuando los moderados, con Diego de León y Manuel de la Concha al frente, trataron de tomar, entre otras acciones, el Palacio Real de Madrid y secuestrar a la reina Isabel II.

Ya con el grado de general, participó en la guerra de los Matiners enfrentándose victorioso al militar carlista Ramón Cabrera. Participó en La Vicalvarada apoyando, en este caso, a O'Donnell y su proyecto de Unión Liberal, así como posteriormente se enfrentó al desembarco carlista de San Carlos de la Rápita, tras cuyo aplastamiento obtuvo el título de Marqués de Castell-Florite. Durante la mayor parte del tiempo de los gobiernos de la Unión Liberal estuvo destinado en Cuba como Capitán General dados los recelos que contra él seguía manteniendo O'Donnell, aunque fue senador de 1858 a 1860.

Durante su estancia en América destacó por su clara vocación abolicionista continuando con la política abolicionista de su predecesor, el duque de la Torre, combatió duramente el tráfico de esclavos en el Caribe, llegando a encarcelar a conocidos traficantes, entre ellos el gobernador civil de La Habana, Julián de Zulueta, con quien mantenía un enfrentamiento político abierto. Fue promotor de la Sociedad contra la Trata.

En cuanto a la política exterior de la isla, el riojano fue famoso por defender la neutralidad de la provincia española frente a los conflictos reinantes de la zona: Guerra de Secesión en Estados Unidos, Guerra en México, neutralidad ante las luchas internas en la República Dominicana tras la victoria separatista en la Guerra de la Restauración. Fuera de los apoyos a las autoridades españolas en Santo Domingo en la campaña de Pedro Santana, el capitán general tan sólo apoyó a las autoridades inglesas de Jamaica en la rebelión de Morant Bay mandando dos vapores acorazados a que vigilasen los principales puertos.

A su regreso en 1866 participó en las conspiraciones que culminaron con la revolución de 1868 y el destronamiento de la reina Isabel. Aunque permaneció todo el tiempo desterrado en Canarias por las sospechas de colaboración con elementos progresistas, fue uno de los firmantes del Manifiesto que acompañó a la revolución.

De regreso a Cuba unos meses antes de su muerte como exigencia por parte la asamblea de Guáimaro para llegar a acuerdos en el comienzo de la Guerra de los Diez Años, decretó la libertad de imprenta en la isla por vez primera el 9 de enero de 1869 e hizo promesas de futuras reformas que más tarde detendría el gobierno de Madrid.


22.- Teniente General don Francisco Lersundi Ormaechea.
Lienzo en la sala este. 
Gobernó desde el 30 de  mayo de 1866 al 3 de noviembre de 1866.
Gobernó desde el 21 de diciembre de 1867 hasta el 4 de enero de 1869.

Don Francisco Lersundi Ormaechea. (Valencia, 28.I.1817 – Bayona (Francia), 12.XI.1874). Militar, político y ministro. Militar y estadista de origen vasco, de una familia de la nobleza de tradición militar. Comenzó su carrera en el batallón de Chapelgorris creado en 1833, fue presidente del Consejo de ministros a los 38 años, cuatro veces ministro de Guerra, una de Marina y otra de Estado, capitán general de Cuba, jefe del partido moderado, primer diputado general de Guipúzcoa desde las Juntas de Oñate de 1867, “padre de provincia” de Vizcaya y Álava desde 1864, y siempre defensor de los fueros vascongados.

A pesar de que O’Donnell había prescindido siempre de sus servicios, le nombró capitán general de Cuba (10-4-1866/11-9-1866). Tras un breve paréntesis, estando otra vez su protector Narváez en la presidencia del Consejo de ministros, fue nombrado nuevamente capitán general de Cuba (20-12-1867/4-1-1869). 

Su periodo de mandato coincidió con dos hechos de gran trascendencia que se produjeron casi al mismo tiempo: la revolución de 1868 en la península y la sublevación de los independentistas cubanos. Resultaba evidente que las nuevas autoridades revolucionarias no podían contar con un hombre tan ligado al partido moderado pero tampoco podían herirle con una destitución deshonrosa, fue enviado a Cuba para dirigir la guerra contra la insurgencia que había estallado en 1868. 

Cogido por sorpresa ante “el grito de Yara” (10-10-1868) e incluso subestimando en sus orígenes las consecuencias del movimiento independentista encabezado por el abogado y rico propietario Carlos Manuel de Céspedes, adoptó más tarde enérgicas medidas. Consciente de la insuficiencia de las tropas regulares –unos siete mil de los veintiocho mil que formal y teóricamente constituían la fuerza destinada por Madrid en la Gran Antilla–, acudió al alistamiento de un cuerpo de voluntarios y en un tiempo récord llegó a reclutar más de treinta y cinco mil hombres, equipados y armados por los sectores contrarios a la independencia. 

Militarmente eficaces y disciplinados, con el paso del tiempo se convirtieron en ocasiones en torcedores de los planes de las autoridades, a las que más de una vez se impusieron hasta forzar su dimisión por estimarlas débiles y poco enérgicas ante un fenómeno que sólo admitía, en su sentir, una política de puro y simple exterminio. Lersundi se opuso a cualquier medida de diálogo o apertura que quedó bien patente al rechazar desabridamente el 24 de octubre cualquier medida en tal sentido, conforme le solicitaban, en onda con el nuevo clima político e ideológico en la España peninsular, desde una parte muy cualificada de la sociedad de La Habana. 

El pretexto esgrimido por el capitán general era la exigencia de concentrar todos los afanes en el descepamiento de la sublevación, a la que asestó un golpe mortal al establecer una rigurosa vigilancia naval de la zona del Oriente donde el levantamiento estaba aún confinado. Un bloqueo para el que no vaciló en acudir –a veces, mediante requisa– a embarcaciones particulares. Al mismo tiempo, las unidades enviadas desde La Habana comandadas por el general Balmaceda entraban el 16 de enero de 1869 en Bayazo, donde hasta entonces se ubicaba la capital de los “insurrectos”. Al renunciar al mando pocos días después, el alzamiento había quedado reducido a una lucha de guerrillas, que no controlaba ningún núcleo urbano. El gobierno aceptó su dimisión el 13 de septiembre, aunque tardó bastante tiempo en enviarle su sustituto.


23.- Teniente General don Joaquín del Manzano y Manzano.
Lienzo en la sala este. 
Gobernó desde el 3 de noviembre de 1869 al 24 de septiembre de 1867, día de su fallecimiento.

Don Joaquín del Manzano y Manzano (Alburquerque (Badajoz), 10.III.1805 – Cuba, 30.IX.1867). Teniente general, Capitán general de la isla de Cuba y Caballero de la Orden de San Fernando.

Por su destacado comportamiento en las operaciones realizadas en Cataluña se le concedió la Cruz de San Fernando de 3.ª Clase.

En 1849 fue ascendido a mariscal de campo y pasó a ser comandante general de la provincia de Tarragona y al año siguiente de la de Gerona, cesando en el mes de septiembre al ser puesto a las inmediatas órdenes del capitán general de Cuba, desempeñando en la isla los cargos de gobernador general del Departamento Oriental y segundo cabo de la Capitanía General.

Al regresar a España, en 1859 se le dio el mando de la 3.ª División del 2.º Cuerpo de Ejército. En 1863 alcanzó el empleo de teniente general y en noviembre de 1866 se hizo cargo del mando de la Capitanía General de la isla de Cuba, donde fallecería al año siguiente. Poseía las Grandes Cruces de San Hermenegildo e Isabel la Católica.


24.- Teniente General don Antonio Caballero Fernández de Rodas.
Lienzo en la sala este. 
Gobernó desde el 20 de junio de 1869 al 13 de diciembre de 1870.

Don Antonio Caballero Fernández de Rodas (Madrid, 3.IV.1816 – 26.XII.1876). Militar, Capitán general de la isla de Cuba, caballero de la Real y Militar Orden de San Fernando, diputado y senador.

Uno de los primeros frentes en los que interviene es la Primera Guerra Carlista, donde ya despertó el interés de sus superiores. En 1854 formó parte de la Vicalvarada y se distinguió por pertenecer a la Unión Liberal. En tiempos de Leopoldo O'Donnell fue ascendido a brigadier e intervino en la campaña de Marruecos (1859-1860). En 1861 puso fin a la insurrección de Loja. Tras intervenir en la guerra de Marruecos vuelve a Madrid y tiene una pelea con Nicolás María Rivero que terminaría en duelo. Esta circunstancia no le favoreció en absoluto. Acabó siendo exiliado a las islas Canarias, donde también enviaron al general Francisco Serrano, entre otros.

Fue uno de los firmantes del Manifiesto de Cádiz en septiembre de 1868 y participó en la batalla de Alcolea, en la que fue uno de sus más importantes actores. Al frente de una división contribuyó al triunfo de las tropas sublevadas. Fue ascendido por sus méritos a teniente general.

Nombrado director general de Infantería, en julio de 1869 juró el cargo de Capitán general de Cuba, donde poco antes había estallado la primera insurrección independentista. Viajó a Cuba junto con el nuevo intendente, José Emilio de Santos, con el mandato de pacificar la isla y acabar con la corrupción en la administración pero solo tardó un año en regresar a España.

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