, (Palma de Mallorca, 28.XII.1818 – Madrid, 17.IV.1892). Militar y gobernante.
En 1871 es nombrado senador por la provincia de Huesca, convirtiéndose más tarde en senador vitalicio (1878-1891). Tres años más tarde fue ascendido a teniente general y en el transcurso del año 1873 el presidente de la I República, Emilio Castelar, le nombró capitán general de Cuba.
Desde ese puesto tuvo que hacer frente a la delicada crisis del denominado asunto del Virginius. A su regreso a España, el 28 de septiembre de 1874 fue designado general en jefe del Ejército del Centro, en sustitución de Manuel Pavía, con el que se sumó a los preparativos del pronunciamiento de Sagunto encabezado por el general Arsenio Martínez Campos para restablecer en el trono a la Casa de Borbón.
Desempeñó por primera vez el cargo de ministro de la Guerra en el primer gobierno presidido por el conservador Antonio Cánovas del Castillo, entre diciembre de 1874 y septiembre de 1875, y además recibió el ascenso a capitán general. Posteriormente fue designado presidente del gobierno que, desde septiembre hasta diciembre de 1875, debía gestionar la celebración de las elecciones para formar las Cortes Constituyentes de la Restauración, y en el cual de nuevo desempeñó el cargo de ministro de la Guerra. Cánovas le conservó como ministro del mismo ramo en el siguiente gobierno y pocos días después fue nombrado otra vez capitán general de Cuba, puesto en el que permanecería entre enero y octubre de 1876.
Años después fue designado capitán general de Filipinas en 1883. A su vuelta a la península en 1885, ocupó una vez más la cartera de Guerra (1885-1886), bajo el primer gobierno de la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena, encabezado por el liberal Práxedes Mateo Sagasta. Murió a los setenta y dos años de edad.
27.- Teniente General Don Cándido Pieltain y Jove-Huergo.
Lienzo en la sala este.
Gobernó desde el 18 de abril de 1873 al 30 de octubre de 1873.
Don Cándido Pieltain Jove-Huergo, (Gijón, 2.XII.1822 – Madrid, 21.VIII.1888). Militar y político. El 25 de marzo de 1873 el gobierno de la República le nombró capitán general, gobernador civil y general en jefe del Ejército de la isla de Cuba, sucediendo a Ceballos. Sostuvo durante su mando en la isla la guerra con vigor, en la que perdió la vida el generalísimo rebelde Ignacio Agramante y en la que consiguió apresar el vapor Virginius, que conducía generales, jefes y municiones para el enemigo. A los pocos meses, presentó su dimisión, publicando una obra en la que justifica los motivos de ella.
28.- Teniente General Don Arsenio Martínez de Campos y Antón.
Lienzo en la sala sur.
Gobernó desde el 17 de junio de 1878 al 5 de febrero de 1879.
Gobernó desde el 18 de abril de 1895 al 17 de enero de 1896.
Don Arsenio Martínez de Campos y Antón, (Segovia, 14.XII.1831 – Zarauz (Guipúzcoa), 23.IX.1900). Militar y político.
Fue diputado a Cortes por el distrito de Sagunto en las elecciones de 1876, aunque en noviembre renunció al cargo para ser sustituido por Eduardo Castañón. Ese mismo año de 1876 fue destinado de nuevo a Cuba. Como Capitán general de la isla estaba al mando de las tropas que luchaban contra los rebeldes desde hacía ocho años. Al mando de unos 20 000 hombres derrotó a los insurrectos en Santiago de Cuba y Las Villas. Poco después, dándose cuenta de que una guerra tan larga había conseguido debilitar a ambos contendientes y perjudicaba a toda la población de la isla, y, como era favorable a una política de tolerancia, Martínez-Campos inició una serie de contactos con los insurgentes. Entonces declaró una amnistía total para todos aquellos que abandonasen las armas. Los rebeldes, cansados de la guerra, comenzaron a abandonar la lucha.
El 7 de febrero de 1878 sostuvo un encuentro secreto con Vicente García González, jefe de los insurrectos y le transmitió sus condiciones para que abandonaran las armas. Finalmente, el 10 de febrero se firmó la Paz del Zanjón, con la que se ponía fin a diez años de guerra.
Arsenio Martínez-Campos conocedor de la valentía de los mambises cubanos en su estrategia ordena una tregua indefinida en Camagüey e intenta acercarse a los hambreados y desnudos mambises con el apoyo de algunos de los jefes mambises. Vicente García y Serafín Sánchez que habían dado pasos en ese sentido, llegan a calificarle de «Pacificador» porque le promete la libertad a todos los esclavos que peleaban en las filas del Ejército Libertador que solo tenían esta condición en los campos de Cuba Libre.
Esta política «pacifista» de España está dada por el refuerzo de sus tropas en Cuba con más de 57 000 hombres, donde los 250 000 soldados españoles que eran mantenidos con fondos que llegaron a sumar unos 36 500 000 pesos anuales y de la acción de Martínez-Campos quien empieza desde el 8 de febrero de 1878 con la reunión con la Cámara de Representantes en San Agustín del Brazo, en Camagüey para acordar su disolución con el apoyo del Comité del Centro que es el encargado de las negociaciones de paz en representación del pueblo camagüeyano, mientras que la única protesta es la de Salvador Cisneros Betancourt al no estar de acuerdo.
El Comité de cubanos que negocian con Martínez-Campos estaba integrado por los brigadieres Manuel Suárez y Rafael Rodríguez; los coroneles Juan Bautista Spotorno y Emilio Lorenzo Luaces; el teniente coronel Ramón Roa; el comandante Enrique Collazo y el ciudadano Ramón Pérez Trujillo quienes firman el 10 de febrero con Martínez-Campos el Pacto del Zanjón, que significa la capitulación de las armas insurrectas sin haber alcanzado la independencia y la abolición de la esclavitud verdaderas; aunque poco después las fuerzas camagüeyanas, espirituanas y de Remedios deponen las armas. Estos siete hombres que solo representan el Centro y no la Isla de Cuba en total, con una idea entreguista y reformista de un solo plumazo pusieron fin a los diez años de revuelta en toda la isla que las autoridades no había podido aplacar.
De ello José Martí valora este hecho como una vil acción de España y declara que «Así asesinó España, cuando el Zanjón, la revolución en Cuba, diciendo a Las Villas cuando no era cierto que el Oriente se había ya rendido, y engañando al Oriente con la supuesta entrega de Las Villas…». Esta estrategia seguida por los españoles aprovechando el regionalismo, la indisciplina, caudillismo y la falta de unidad había llevado a algunos de los cubanos a ceder en sus principios. En el discurso conmemorativo de 1890 resume Martí el hecho: «…nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos…».
En contraposición, el dominicano Máximo Gómez al no estar de acuerdo con la capitulación desarrolla el 27 de febrero una larga entrevista con Martínez-Campos donde le manifiesta que, si bien él había luchado con el pueblo cubano por lograr su independencia, no sería ahora obstáculo de una bochornosa capitulación que todos parecían desear y manifiesta que, si bien combatió al lado de los cubanos en la guerra, no los ayudaría ahora a alcanzar una paz deshonrosa, aunque no se opondría a ella. Martínez-Campos ante esta actitud hace tentadoras ofertas de dinero y posiciones de importancia en Cuba, pero Gómez las rechaza y solicita únicamente un barco para que lo traslade a Jamaica. Con un cañonero a su disposición en el estero del Junco viajará Gómez para tales fines, no obstante Martínez-Campos insiste a Gómez contribuyera a darle forma a la capitulación con la cual, al parecer, no estaban de acuerdo todos los cubanos.
Por su parte, el Mayor General Antonio Maceo "Titán de Bronce", enterado de este acuerdo y al conocer de las negociaciones se entrevista con Gómez en Pinar Redondo no dejando de expresar su reacción revolucionaria y muestras de indignación, el 18 de febrero junto con otros jefes militares declara su desacuerdo y con gran firmeza y sensatez aprovecha el tiempo para reagrupar y reorganizar las tropas dispersas. En esta conversación, Gómez conoce de la postura de Maceo en cuanto a no aceptar lo proclamado en el Pacto del Zanjón y su disposición a continuar la lucha; así como del objetivo del Titán de Bronce de celebrar una entrevista con Martínez-Campos para pedirle una suspensión de hostilidades que le permitiera organizarse.
El 21 de febrero de 1878, Maceo le escribe a Martínez-Campos para decirle su conocimiento acerca de las ideas de los comisionados del Departamento Central y lo pactado en Camagüey, pero que Oriente y Tunas se hallan en condiciones de continuar la lucha y no están de acuerdo con la resolución de la Junta del Centro, por lo que termina haciendo una solicitud para entrevistarse con él y le pide cuatro meses de suspensión de hostilidades para consultar la voluntad de todos los distritos que componen ese departamento. La Revolución había perdido mucho vigor, sin embargo, Maceo se sobrepone por encima de todas estas adversidades y proclama su posición irrevocable de combatir. Con su conducta ejemplar arrastra a jefes, oficiales y soldados para reanimar el patriotismo y la entrega a la causa patria en orden y disciplina personificadas; se aparta de las fracciones contrarias a la causa revolucionaria y se dedica de forma total a combatir a las fuerzas armadas de la metrópoli que siembran la muerte, hambre y el terror a lo largo de toda la isla.
Maceo llega a Baraguá entre el 8 y el 14 de marzo con oficiales de todas las jurisdicciones orientales, entre los que destacan Manuel Calvar, Francisco Leyte Vidal, Silverio del Prado, Flor y Emiliano Crombet, Francisco Borrero, Guillermo Moncada, su hermano José Maceo, Quintín Banderas, Leonardo Mármol, José Lacret, Juan Rius Rivera, Limbano Sánchez y los exdiputados orientales Fernando Figueredo y Pablo Beola, donde explica la situación y su posición intransigente al respecto y finaliza con una marcha para verse con Vicente García.
El 15 de marzo de 1878, se produce la reunión en Mangos de Baraguá, cercano a Santiago de Cuba y después de realizadas las presentaciones de ambos jefes y la de sus acompañantes se pronuncian breves palabras de introducción al diálogo. En este campo de la manigua cubana, el general Maceo comunica a Martínez-Campos que no estaban de acuerdo con el pacto firmado, ya que con el mismo no se lograba la independencia de Cuba, ni la abolición de la esclavitud. Posteriormente habla el general Manuel Calvar y el doctor Félix Figueredo, quienes refuerzan los planteamientos hechos por Maceo. Seguidamente Martínez-Campos replica acerca del desconocimiento de las bases del acuerdo, pero se interpela al español diciéndole que, «al conocerlo es por la que no están de acuerdo»; entonces Campos trata de leer del documento, pero Maceo se lo impide al decirle: «Guarde usted ese documento, que no queremos saber de él…». A la sombra de los árboles de mangos no se llega a ningún acuerdo, por lo que Maceo comunica al general español su desacuerdo con el Pacto del Zanjón firmado y con ello decide reiniciar la guerra. Al poner fin a esta reunión expresa con gallardía: ¡Muchachos, el 23 se rompe el corojo!
Como resultado de la discordancia se acuerda volver a romper las hostilidades y se estableció para ello un plazo de ocho días con el fin de que las tropas ocuparan los territorios designados. Esta acción que se cataloga como Protesta de Baraguá no establece un acuerdo entre los cubanos en armas y la actitud de quienes aceptaron el Pacto del Zanjón y permite dar continuidad a la lucha de los cubanos por su independencia. Antonio Maceo califica el Pacto del Zanjón como «una rendición vergonzosa y por su parte inaceptable» por los mejores hijos que defienden la existencia de la nacionalidad cubana. Maceo, poco tiempo después, abandona el país bajo la misión del Gobierno Provisional en Armas hasta que regresa en 1895 para reincorporarse a la lucha armada y morir en combate el 7 de diciembre de 1896.
Pero no solamente fue la protesta de Maceo en Oriente, sino que en el centro de la isla Ramón Leocadio Bonachea Hernández también continuó combatiendo por la independencia de Cuba junto con los hombres que lo acompañaban e integran las fuerzas de caballería que operaban en la zona de la trocha militar cerca de Morón. Este villareño protagoniza la Protesta de Hornos de Cal, en Jarao, Sancti Spíritus, luego de reunirse con el general Martínez-Campos y comunicarle su oposición al Pacto del Zanjón, para convertirse de hecho, en el último combatiente y oficial de importancia de la guerra de 1868 que combate tras estos acuerdos e incluso, después de la salida al extranjero de Maceo en misión de la Revolución, por lo cual Calixto García Íñiguez lo asciende al grado de general.
29.- Teniente General Don Ramón Blanco y Erenas, Marqués de Peña Plata.
Lienzo en la sala sur.
Gobernó desde el 17 de abril de 1879 al 29 de noviembre de 1881.
Don Ramón Blanco y Erenas, marqués de Peña Plata (San Sebastián,15 de septiembre de 1833 – Madrid, 4 de abril de 1906) fue un militar español, capitán general de Navarra, Cuba, Filipinas y Cataluña.
El general Blanco llegó a Cuba por primera vez en 1858 desde donde pasa a Santo Domingo en 1861 y a las Filipinas entre 1866 y 1871.
Tuvo una activa participación en las Guerras Carlistas, en la que se destacó en los frentes Vasco, Navarro y Catalán gracias a lo cual obtiene el grado de Brigadier. Siendo capitán general de Navarra toma parte en la gran ofensiva de 1876 en el valle de Baztán, mérito que le valió el título de Marqués de Peña Plata.
En 1879 es nombrado capitán general de Cuba, durante este periodo de gobierno en Cuba tuvo que enfrentarse al levantamiento conocido como Guerra Chiquita, logrando pacificar nuevamente los campos cubanos. Regresa a España en 1881 donde fue nombrado esta vez capitán general de Cataluña y Extremadura.
Durante el Gobierno de Cánovas del Castillo en 1893 fue enviado a Filipinas como capitán general, donde permanece hasta 1896. Allí los extractos más conservadores de la sociedad lo acusaron de ser demasiado transigente con los independentistas. Fue senador por la provincia de Barcelona de 1886 a 1890; senador vitalicio de 1891 a 1896 y por derecho propio de 1896 a 1907.
En 1897 en un último intento de España por conservar su principal provincia de ultramar, Cuba, creyendo utilizar sus dotes pacificadores, Sagasta lo nombra Capitán general de Cuba, por segunda vez, sustituyendo al muy criticado Valeriano Weyler. Fue enviado a Cuba con la autonomía que los cubanos tanto habían pedido, sin embargo, ya era demasiado tarde, la intervención estadounidense en la guerra daría comienzo a la conocida guerra de Cuba, que decidiría el desenlace del conflicto cubano–español. Hubo de enfrentarse al testimonio de una guerra que estaba cada vez más cerca del fin, con la consiguiente derrota y la pérdida de las últimas posesiones españolas en América.
De 1877 a enero de 1882 fue capitán general de Aragón; de Madrid luego y de Cuba en la primavera de 1883, cargo que ocupó poco más de un año por motivos de salud.