Y tras la bronca tormenta, el cielo se fue abriendo para iluminar a la torre gitana más esbelta y bella.
El sonido de tambores y trompetas se apaciguó y, poco a poco fue surgiendo un dulcísimo acorde de flautas y violines.
Y en mitad de la batalla, el Giraldillo, emergió sintiéndose vencedor y presumiendo de madre.
Era hora de sacar pecho y lucir las mejores galas a la tenue luz de aquel atardecer sevillano.
Por muy lejos que estes de la ciudad el rumbo de todo sevillano es nuestra giralda. Saludos
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