miércoles, 24 de abril de 2024

Quoniam pater meus et mater mea...

 



En la calle Cuna, sobre la fachada del establecimiento Galerías Madrid, nos encontramos con este mármol que recuerda a unos de los establecimientos más conocidos de la historia oscura de nuestra ciudad: el "Hospicio para recogidos de Niños Expósitos".

El hospicio se encontraba entre los números 13 y 17 de la antigua calle Arqueros, en 1248, o calle Carpinteros o Carpintería, en 1384. Allí era donde se recogían a los huérfanos de Sevilla o “niños incómodos” por ser fruto de una relación prohibida. Era la “Casa Cuna” de Sevilla, el antiguo “Hospicio para Recogidos de Niños Expósitos” con la advocación de San José y fundada en el año 1558 por el arzobispo Fernando Valdés. Fue en el año 1627 cuando se trasladó a este punto de Sevilla en la hoy calle Cuna, que recibe su nombre del citado hospicio.

Nada más entrar una leyenda daba la “bienvenida”: 

“Porque mi padre y mi madre
me desampararon, 
el Señor me recogió”.

En torno a este edificio encontramos en el “Manual para viajeros por Andalucía”, de Richard Ford, de 1830, una referencia muy tenebrosa, sobrecogedora:

"La cuna de Sevilla fue fundada por el clero de la Catedral y la administran doce directores, seis civiles, y seis canónigos, pocos lo frecuentan o le prestan ayuda, excepto aportando residentes... Un postigo, el torno, está practicado en la pared, y se abre con solo tocarlo, para recibir a los inocentes hijos del pecado; y una vigilante vela la noche entera para coger a los abandonados por padres que ocultan su culpa en la oscuridad... Algunos de los recién nacidos están ya moribundos y los traen aquí para evitarse el gasto del funeral, otros están casi desnudos, mientras que algunos aparecen bien provistos de ropas y cosas necesarias. Estos últimos son retoños de las clases altas y el motivo es ocultarlos temporalmente. En estos casos van también con ellos las cartas más emocionantes, pidiendo a los encargados que tengan más cuidado del normal con un niño que, sin duda, será reclamado en su día...

Todos los detalles correspondientes a cada niño expósito se apuntan en un libro, triste registro del delito y del remordimiento humano. Los niños que luego son reclamados pagan dos reales por cada día que el hospital les ha mantenido...

A menos que vaya un nombre con el niño, éste es bautizado con el que le da la directora y que suele ser el del santo del día de su llegada. El número de esos niños es muy grande y aumenta rápidamente con la creciente pobreza, mientras que el dinero destinado a sustentarles disminuye por la misma razón...”


El edificio constaba de dos patios y varias salas de uso común, así como de múltiples habitaciones destinadas a los niños y niñas acogidos. Acogió a cientos de niños y niñas que habían sido abandonados por sus padres o que se encontraban en situación de desamparo. Los pequeños eran cuidados por religiosas y por personal contratado por la institución, que se encargaba de su educación y formación.

Con posterioridad el edificio cesó en sus funciones en este emplazamiento y cedió su lugar a la “Casa Cuna” junto al Parque Miraflores, hoy sede de la Fundación San Telmo, edificio de 1914 de Antonio Gómez Millán de estilo regionalista con ladrillos y azulejos. 

domingo, 7 de abril de 2024

El documento de mes de abril (2024) del Archivo de Indias.

 


El Ministerio de Cultura está digitalizando 305 legajos de la Audiencia de Filipinas gracias al convenio de mecenazgo con la empresa GREYSTONES S.L.U. La digitalización de esta documentación ha requerido laboriosos trabajos previos para garantizar que esté organizada, descrita y restaurada.

Gracias a esto, pronto estarán disponibles en el Portal de Archivos Españoles más de 300.000 imágenes de expedientes de gran interés para estudiar la política, economía, sociedad y cultura de la Filipinas de los siglos XVI, XVII y XVIIII.

Un buen ejemplo es el actual documento del mes sobre la creación de un Teatro Cómico en la ciudad de Manila en 1778. Un vecino de esta ciudad, Agustín Cabrera, se comprometió a asumir todos los gastos necesarios para establecer un teatro en su ciudad.

La iniciativa de crear un teatro en Manila partió de un particular, Agustín Cabrera quien, consciente de las pocas distracciones que la ciudad ofrecía por aquel entonces, se presentó como adalid de la diversión y distracción. Se ofreció a asumir los gastos que tal iniciativa implicaba (desde la construcción del teatro, hasta la formación y mantenimiento de una compañía teatral), a cambio de recibir sus beneficios durante un periodo de seis años.

Decidido el señor Cabrera, mandó su petición al gobernador de Manila, acompañándola de un esquema con la distribución de los distintos espacios del teatro: el reservado para el gobernador y los oidores de la Audiencia ocupaba un lugar privilegiado; muy cerca, los señores de la ciudad; las mujeres tenían su propio espacio diferenciado; y también quedaban algunas gradas de alquiler.

Mucho se debatió en la Real Audiencia sobre este asunto pues había que valorar factores diversos como la ubicación del teatro o los materiales para la construcción, demostrando gran preocupación por la seguridad pública; qué días habría representaciones, qué precio tendrían las entradas... sin dejar nada al azar o a la improvisación.

Por suerte para los vecinos de Manila en el siglo XVIII, las autoridades españolas estimaron, finalmente, que el establecimiento de un teatro era «preciso para el desahogo; necesario para el destierro de la ociosidad, y vicios consecutivos; y conveniente para el exterminio de diversos abusos de la mencionada capital».

El fiscal de la Audiencia de Manila llegó a decir «es indispensable entretener los ánimos ya cargados u ociosos y conviene en las repúblicas numerosas, especialmente en Manila, en la que todo es ocio, buscar ejercicios y empleos y que diviertan los entendimientos inquietos.

No puede extrañar, descrito este panorama, que, un año después de su establecimiento, en octubre de 1779, se diga lo siguiente: «el desempeño de la expresada diversión había salido mejor de lo que podía esperarse de la poca instrucción para el caso de aquellas gentes, en lo que se conocía que el asentista director había tomado el proyecto con inteligencia y aplicación y que al paso que iba se vería dentro de poco tiempo establecido un teatro sobresaliente».

Tan escasos eran los entretenimientos en aquella época que no podemos sorprendernos de que, solo un año después, en 1779, el teatro de Manila fuese todo un éxito.