sábado, 3 de mayo de 2025

Lápidas de mármol a los pies de la Giralda (3): "A Marco Julio Hermesiano..."

 

De las dos lápidas anteriores (Lucio Castricio y Sexto Julio Possessor) tenemos una amplia información e incluso podríamos disponer del texto exacto de la placa marmórea, sin embargo de ésta que vamos a ver en el día de hoy, aunque tenemos el texto aproximado, nos faltan algunas palabras o letras, por lo que debemos confiar en la interpretación de los expertos que han estudiado la pieza para completar el mensaje escrito. 

A diferencia de las dos placas estudiadas anteriormente, ésta se encuentra situada en la cara sur de la Giralda, se puede visitar desde el patio que precede a la Puerta de Palos del templo catedralicio y está situada bajo la cota del suelo, aunque es visible en su integridad.

Este epígrafe, que resulta legible en una gran parte, y fue realizado en piedra caliza o mármol, posiblemente de Almadén, aunque se ve dañado en su zona central, nos da noticias de un personaje del que ya existía constancia documental a partir de otro texto encontrado en la ciudad de Écija (la Astigi romana) a mediados del siglo XIX y que esta exhibido actualmente en el Museo Arqueológico Nacional, en Madrid. 

El epígrafe de nuestra placa dice lo siguiente: 

M. IVL. H[EIRMESIAN[O] 
DIFFVSORI OLEI AD ANNON[AM) 
VRBIS CIVRATORJI CORPO(RIS] 
OLEARIORVM] [STJATIONI[S?] 
ROMVL[AE] [--][--ITE---?] 
HVIC CORPVS [OLEJARI[ORVM] 
SPLEND(IDISSIIMVM 
MERIENTISIMO SITATVIAM] 
PONIENDAIM [IVJSSIT 
M. IVLIVS HERMES FROINTIINIANVS 
FILINS HONORE ACCEPTO 
IMPENSAM REMISIT

La primera línea no ofrece ningún problema. La inscripción de Astigi conservada en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid nos muestra que M. lulius Hermesianus, diffussor olearius, residente en la ciudad, era padre de M. Iulius Hermes Frontinianus, tal como volvemos a ver en este nuevo epígrafe de Sevilla. 

Tanto en aquella inscripción como en la que ahora presentamos nuestro Hermesianus aparece como objeto de homenaje con la erección de una estatua que fue costeada por su hijo, M. lulius Hermes Frontinianus, al que se añade en el caso ecijano el nombre de su nieto, llamado como él M. lulius Hermesianus.

En ambos casos M. Julio Hermesiano se define como diffusor olearius, o sea envasador de aceite, especificando, en el epígrafe de la Giralda, que tal misión la realizaba ad annonam Urbis, o sea, para el ya citado Servicio de Abastecimientos y Transportes de Roma, ciudad ésta en la que se ha identificado un personaje del mismo nombre que construye una sepultura para una liberta suya. 

Se trataría pues de una familia con intereses y presencia tanto en Astigi e Hispalis como en la capital del Imperio, lo que como veremos no debe extrañarnos en un comerciante de alto nivel.


Porque, además de los epígrafes astigitano e hispalense, referidos al comercio del aceite, existen datos suplementarios que nos dicen además que esta tierra de la Bética romana jugó un papel muy importante en esa política imperial de abastecimientos. 

Nos referimos a los que nos suministra el monte Testaccio de Roma, constituido por los restos aplastados de unas decenas de millones de ánforas de aceite que han conservado minuciosas anotaciones fiscales acerca de los productores, realizadas en las oficinas de control de Castulo (Cazorla (Jaén)), Corduba (Córdoba), Astigi (Écija), Hispalis (Sevilla), Ad Portum (¿El Puerto de Santa María?), Lacca (cerca de Arcos de la Frontera, sobre el Guadalete) y Malaca (Málaga); datos que poco a poco van siendo puestos a la luz por un equipo de arqueólogos. 


La información proporcionada por los rótulos escritos con tinta sobre las paredes de las pesadas ánforas olearias béticas, de los que se han rescatado varios millares, es valiosísima. Sobre el barro cocido, previa preparación de la superficie mediante la aplicación de una goma para evitar la acción del aceite, se registraba el peso del ánfora, el de su contenido en libras de aceite y el nombre del comerciante-envasador que procedía a su distribución. Si esto se hacía en la parte más visible del ánfora, la que estaba bajo el cuello y sobre los hombros de la misma, luego se procedía a dejar constancia de un registro fiscal que se va haciendo más complejo conforme avanzamos hacia el siglo II (las anotaciones duran hasta mediados del III). 

Gracias a dicho registro, situado junto a un asa que a menudo lleva el sello del alfarero que permite identificar su origen exacto a orillas de una via navegable (especialmente el Guadalquivir hasta Córdoba y el Genil hasta Écija) nos enteramos del nombre del aceite envasado, de su productor, del año de control, de los personajes de la administración que realizan la verificación de los datos relativos al peso y la partida del aceite, así como de la zona de registro. La combinación de todos estos datos nos permite acercarnos al tema del aceite de la Bética como no podemos hacerlo para ningún otro producto de nuestra Antiguedad romana.

Pues bien, tanto el nombre de Marco Julio Hermesiano como el de su hijo, M. Julio Hermes Frontiniano figuran en algunos de los rótulos pintados en la zona correspondiente al diffusor olearius, entre las cifras de peso del ánfora misma, que viene a rondar los treinta kilos, y la del aceite envasado, que gira en torno a los setenta. Y los datos del monte Testaccio, donde se han encontrado. permiten una datación para el padre hacia mediados del siglo II, y para el hijo ya hacia el final, en tanto que el nieto, también atestiguado, se situaría en una cronología de finales del primer cuarto del siglo III.

Así pues, la inscripción de Hermesiano que nos muestra la Giralda es una pieza de un contenido informativo realmente singular. Su presencia a los pies de la torre sevillana la pone a la vista de quien se acerque por allí con curiosidad, y no hay duda de que el prestigio de que tradicionalmente ha gozado la escritura le ha dado cierto empaque a su ubicación. 


Esta placa, memoria de los antepasados de los habitantes de la ciudad, tiene un carácter simbólico evidente que cumple con su simple presencia. Pero el monumento arqueológico tiene otra función que cubrir, que es la de sacarnos de nuestro mundo y obligarnos a realizar un esfuerzo imaginativo que nos lleve a la concepción de los cambios que se han ido produciendo a partir de sociedades que eran bastante diferentes de las actuales, de las que sin embargo son el cimiento. 

La Historia no es sólo la contemplación del pasado, por lo que esperamos que piezas tan singulares como las que ofrece el conjunto de epígrafes de la Giralda (tanto los conocidos como los presuntos) encuentren algún día mejor marco de exposición que el que presentan hoy, en malas condiciones de conservación, a ras del suelo y en posiciones que facilitan poco la lectura. Y que esto suceda tanto con el epígrafe de Hermesiano como con los demás de los que hemos dado cuenta en los post anteriores.

viernes, 2 de mayo de 2025

Lápidas de mármol a los pies de la Giralda (2): "A Sexto Julio Possessor..."




Al igual que ayer, hoy vamos referirnos a otra de las cartelas marmóreas que se encuentran en la base de la Giralda,  y que está situada en la cara norte de la torre musulmana, la que mira hacia la Plaza de los Reyes.

Estas placas seguramente proceden de edificios romanos de la antigua Hispalis romana como pudieron ser el foro o el teatro que fueron abandonados o quedaron en desuso tras la conquista musulmana.

Ésta era la forma de honrar la vida e historia de un soldado romano de intendencia militar que movía bastante mercancía y dinero.


La inscripción corresponde a un pedestal de mármol blanco, enmarcado por listel y gola, pero del que solo es visible su cartela, pues como vemos se encuentra reutilizado en los cimientos de la Giralda, donde se conserva in situ. 

Se data durante el reinado conjunto de Marco Aurelio y Lucio Vero, entre los años 161 y 169 d. C., y las medidas del pedestal son 65x54,5 centímetros. El texto se encuentra justificado por la izquierda, dispuesto en 16 líneas, cubriendo casi por completo la cartela del pedestal. En lo que respecta a las letras, son capitales actuarias y son de pequeño tamaño,

La transcripción el texto puede ser la siguiente:

Sex(to) · Iulio · Sex(ti) · f(ilio) ·
· Quir(ina) · Possessori / praef(ecto) ·
 ·coh(ortis) · III · Gallor(um) · praeposito · nume/ri ·
· Syror(um) sagittarior(um) · item · alae · primae ·
· Hispa/norum · curatori · civitatis
· Romulensium · Mal/vensium · tribuno · mi[l(itum) · 
· leg(ionis)] · XII · Fulminat[ae] · / curatori ·
· coloniae · Arcensium · adlecto / in decurias ·
· ab · Optimis · Maximisque · / Imp(eratoribus) · Antonino
et · Vero · Augg(ustis) · adiu/tori · Ulpii · Saturnini ·
· praef(ecti) · Annon(ae) / ad · oleum · Afrum ·
et · Hispanum · recen/sendum · item · solamina ·
· transfe/renda · item · vecturas navicula/riis ·
exsolvendas · proc(uratori) · Augg(ustorum) ·
· ad / ripam · Baetis · scapharii · Hispalen/ses ·
· ob · innocentiam · iustitiam/que · eius · singularem.

A Sextus Iulius Possessor, hijo de Sextus, de la tribu Quirina, prefecto de la cohorte III de galos, comandante de destacamento de arqueros sirios, también del ala primera de hispanos, intendente de la ciudad de Rómula de los Malvenses, tribuno militar de la legión XII fulminata, intendente de la colonia Arca Caesarea, admitido en las decurias por los mejores y más grandes emperadores, Antonino y Vero Augustos, delegado de Ulpius Saturninus, prefecto de la annona para controlar el aceite africano e hispano, dirigir el transporte de trigo, abonar asimismo sus servicios a los transportistas, procurador de los augustos en la orilla del Baetis, los barqueros hispalenses por su integridad y su sentido único de la justicia.


Además de los diversos cargos militares ya mencionados, que estarían conectados a las curatelas de distintas ciudades, Sextus Iulius Possessor desempeñó, con relación a la annona, el cargo de adiutor Ulpii Saturnini praef(ecti) Annon(ae) ad oleum Afrum et Hispanum recensendum item solamina transferenda item vecturas naviculariis exsolvendas. Sirvió, por tanto, como una especie de delegado o ayudante de Ulpius Saturninus, praefectus Annonae, oficial de rango ecuestre encargado de la supervisión de toda la infraestructura y recursos necesarios para llevar el grano a Italia. 

Se enmarca en el variado número de procuratelas y otros cargos que desde el periodo imperial empezaron a ocupar los equites, reflejo de la creciente complejidad de la administración del Imperio. Gestionaban el patrimonio del emperador en las provincias, la recolección de impuestos, entre otros intereses financieros, o la supervisión de ciudades o zonas concretas. Cabe señalar que, según la jurisdicción, no eran magistrados, sino representantes del emperador que respondían ante él.

Este es el caso de Sex. Iulius Possessor, quien realizaba una labor que en última instancia respondía ante el emperador y que era de crucial importancia para él. Por tanto, debía de ser una persona bastante cualificada y de una enorme confianza del prefecto de la annona, encargándose él en concreto del control de la llegada del aceite de las provincias, su transporte y el pago a los transportistas.


Con relación a esta cuestión, hay que aludir al descubrimiento de otra inscripción dedicada a este personaje en Mactaris (Africa Proconsularis, hoy Maktar, Túnez), de donde sería originario, en que se desarrolla su cursus honorum completo: 

Apollini Patrio Aug(usto) / 
Sex(tus) Iulius Possessor praef(ectus) coh(ortis) Gall(orum) cura /
tor numeri Syrorum sagittariorum item /
alae primae Hispanorum trib(unus) mil(itum) leg(ionis) XII F(ulminatae) /
adlectus in decurias ab Optimis Maximisq(ue) /
Impp(eratoribus) Antonino et Vero Augg(ustis) adiutor /
praefecti annonae ad horrea Ostiensia et /
Portuensia proc(urator) Aug(usti) ad ripam Baetis /
proc(urator) Aug(usti) Ostis ad annonam proc(urator) Aug(usti) /
Alexandriae ad Mercurium /
statuam a{h}eneam transmare advectam d(onum) d(edit). 

Hallada en el períbolo del templo de Apolo en Maktar, se trata de una dedicación a Apollus Patrius de una estatua por parte de Sex. Iulius Possessor en la que se indican los cargos que ocupó este personaje, aunque con algunos cambios con respecto al epígrafe de Sevilla. No se señalan las curatelas de Civitas Romulensium Malvensium y de la Colonia Arcensium ni las funciones concretas que ejerció como delegado del prefecto de la anona, ad oleum Afrum et Hispanum recensendum item solamina transferenda item vecturas naviculariis exsolvendas.

Por otro lado, se añade el ámbito donde ejerció como adiutor, ad horrea Ostiensia et Portuensia, junto con otros cargos que desempeñó después de su curatela en la ribera del Baetis, procurator Augusti Ostis ad annonam procurator Augusti Alexandriae ad Mercurium. En efecto, siguió vinculado a la annona sirviendo como procurador en Ostia y, después, como gestor de la administración de los graneros en Alejandría.


La secuencia ad horrea Ostiensia et Portuensia de la anterior inscripción complementa con las funciones específicas del epígrafe de Sevilla, explica que Sex. Iulius Possessor actuaba en Ostia, donde se encargaba de controlar la llegada del aceite hispano y africano y de pagar a los navicularii, quienes se encargaban del transporte desde los lugares de producción hasta Italia. Se cree que Sex. Iulius Possessor solo iría a la Bética en una ocasión para agilizar el proceso y dirimir otras cuestiones, circunstancia en la que recibió la dedicación por parte de los scapharii.

Como ven nuestro protagonista de la placa de mármol a los pies de la Giralda tuvo una vida muy interesante, aunque poco podría prever que fuera en este lugar donde su nombre y su historia quedara grabada para la eternidad para gozo de los visitantes de nuestra ciudad y de los propios sevillanos. 

jueves, 1 de mayo de 2025

Lápidas de mármol a los pies de la Giralda (1): " A Lucio Castricio ..."

 


Aquel que se acerque por primera vez a la Giralda y se fije en su base, justo en la esquina que da a la Plaza Virgen de los Reyes y converge con la calle Cardenal Carlos Amigo Vallejo, se daría cuenta de hay allí colocadas dos lápidas de mármol que poco o nada tienen que ver con el resto de la construcción almohade.

Se trata de dos placas de mármol con inscripciones latinas pertenecientes a sendos ciudadanos de la Bética, que pasaron por nuestra Hispalis en el siglo II d.C., ciudad conocidamente todo el mundo romano entonces como la Colonia Julia Romula Hispalis, denominación que se atribuye a Julio César, que fue “el instaurador de Hispalis, a la cual dio el nombre de Julia Rómula haciéndolo derivar del suyo y del de Roma".


Estas placas fueron registradas por primera vez por Ambrosio de Morales a mediados del siglo XVI quien relataba que, durante la remodelación de la Iglesia Mayor de Sevilla, se dejaron al descubierto los cimientos de la Giralda que los musulmanes habían construido reutilizando otros pedestales como este. 


Con posterioridad, la inscripción volvió a quedar semisepultada y en esta situación se encontraba hasta hace unas décadas, cuando se realizaron obras en la calzada, las placas quedaron de tal manera que el epígrafe puede ser leído en su totalidad.

Entre 1996 y 1998 fueron realizadas unas excavaciones de urgencia con catas a los pies de la torre campanario de la Catedral Metropolitana de Sevilla. Se comprobó entonces que el primer proyecto de construcción del minarete de la mezquita, obra del arquitecto Ibn Basso en 1184, se había emprendido abriendo una zanja de cimentación en forma de V hasta la cota de 3,5 m bajo el suelo actual. Ésta se había rellenado con una capa de argamasa de aproximadamente un metro de espesor y sobre ella, una vez nivelada, se había dispuesto una primera hilada de sillares a tizón, con las esquinas reforzadas a soga en las cuatro hileras de piedras que hoy podemos contemplar antes de que la torre se elevase con construcción de ladrillos, siguiendo el segundo de los proyectos arquitectónicos aplicados, el de Alí al Gomarí en 1198. 

Los constructores utilizaron en la primera hilada construida en superficie, para reforzar las esquinas, una serie de pedestales romanos que procedían presumiblemente del antiguo foro comercial (actual zona de los Alcázares) de la romana Hispalis. 

Las excavaciones permitieron comprobar que éstos no eran los únicos pedestales que se reutilizaron en la construcción del alminar. Embutidos en el aparejo a la misma cota que los conocidos se hallaban otros cinco: dos haciendo la esquina NO y otros dos en el ángulo SE. En la cara sur de la torre se documentó además un séptimo pedestal contiguo al de la esquina SE, y por tanto de anómala ubicación, cuyo epígrafe resulta ilegible. De hecho todos los pedestales descubiertos ahora, excepto dos de ellos, tenían en común la particularidad de que por su posición lateral era imposible acceder al texto epigráfico que presuntamente contenían. 

Son, pues, siete los pedestales que hoy se pueden ver embutidos en la fábrica de la Giralda; todos, excepto uno, en los ángulos de la misma. A estas basas de estatua que se pueden contemplar en el cuerpo de la torre habría que sumar los dos que presumiblemente existen en el ángulo SO y que no son visibles, pues se hallan en el encuentro entre la cara oeste de la Giralda y la catedral gótica, aunque es posible sacarlos a la luz, sin gran dificultad técnica, con sólo excavar dentro de la catedral, en la zona que hoy sirve de acceso de los turistas a la afamada torre. Con ellos, el número total de piezas romanas ascendería al menos a nueve.


Antes de la excavación se conocían ya en la base de la torre dos de estos pedestales romanos, que estaban dispuestos haciendo esquina en el ángulo NE de la Giralda. Ambos contenían inscripciones que nos hablan de que los scapharii hispalenses o Romulae consistentes, o sea los propietarios de esquifes con sede en esta ciudad, quienes honraron a dos agentes de la administración. Nosotros en estos artículos vamos a hablarles de tres de ellos, que son de los que tenemos más información. 

Hoy vamos a presentar a la primera de ellas, la de la cara norte, y cuyo texto dice los siguiente:

L. CASTRICIO Q. F. 
HONORATO P. P. 
HOMINI BONO
SCAPHARI
ROMUL. CONSISTOR;
INNOCENTIAM
ET SINGULAREM 
JUSTITIAM EIUS
D. S. P. P. 

A Lucio Castricio hijo de Quinto
Honorato, primipilo
y hombre bueno,
los navegantes
del municipio de Rómula
por su probidad
y singular justicia
dedicaron a su costa este recuerdo. 
(Siglo II d.C.)

El primipilo era el centurión que comandaba la primera centuria de la primera cohorte de una legión romana. Era el rango más alto que podía alcanzar un soldado raso en el ejército romano. En este caso Lucio Castricio tuvo que ser un personaje relevante en nuestra ciudad par recibir tal honor de sus soldados de navíos.

viernes, 4 de abril de 2025

Inauguración de las obras de la Maestranza.

 


PRINCIPIO LA OBRA DE LAS GRADAS DESCUBIERTAS
DE ESTÁ PLAZA EL DIA 3 DE ENERO DE 1914, Y
CONCLUYO EL DIA 1 DE MARZO-DEL AÑO SIGUIENTE
SIENDO TENIENTE DE HERMANO MAYOR

EL EXCMO SR. DON JUAN PEREZ DE GUZMÁN

DUQUE DE T'SERCLAES Y SECRETARIO EL SR

DON RICARDO DE ROXAS MARQUES DE

TABLANTES. CONDE DEL SACRO IMPERIO.



En el año 1914 comenzaron unas obras en la Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería en la que se pretendía realizar la sustitución del antiguo tendido por uno nuevo de ladrillo visto. Esta obra significó una nueva reducción del ruedo, la desaparición del palco de madera que antecedía al del Príncipe y la colocación de la espléndida reja proveniente del convento de Regina Angelorum. Estas obras fueron llevadas a cabo por José Sáez y López y Aníbal González. Las obras duraron un año y para dejar constancia de tal hecho se colocó este azulejo en el callejón de la Puerta del Príncipe.

Don Juan Pérez de Guzmán y Boza (Jerez de los Caballeros, 7 de abril de 1852 - San Sebastián, 12 de febrero de 1934) fue un bibliófilo, escritor, político, historiador español, miembro de la Real Academia de la Historia. Ostentó el título nobiliario de II Duque de T'serclaes de Tilly. Fue grande de España (1881) y caballero profeso de la Orden de Alcántara (1898) y de la Orden de San Juan de Malta, teniente de hermano mayor de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y decano y vocal del Consejo y Diputación Permanente de la Grandeza de España.

martes, 1 de abril de 2025

La Iglesia de Santa Catalina (22): la Capilla Sacramental (3). La Bóveda de la Capilla.

 

La Hermandad Sacramental de Santa Catalina, deseosa de erigir una Capilla del Sagrario más amplia que la que poseía (la actual capilla que acoge a Ntra. Sra. del Rosario), solicitó en 1721 al Ayuntamiento la cesión de un terreno adyacente a la cabecera del templo parroquial de Santa Catalina. Concedida la petición con inmediatez, ese mismo año se iniciaron las obras, bajo la dirección del insigne arquitecto Leonardo de Figueroa, auxiliado por sus hijos Matías y Ambrosio.

En lo referente a cantería y albañilería, las obras se prolongaron hasta 1736. Otros artífices que intervinieron en el proceso constructivo, tras la muerte de Leonardo en 1730, fueron el albañil Juan Serrano (1732-1734) y los canteros Fernando Jordán, quien se encargó del pavimento, y Miguel Quintana, que realizó el zócalo de jaspes rojos y negros.

Los paramentos, bóvedas e intradós de la linterna se enriquecen con yeserías estofadas que se alternan con aplicaciones en madera dorada, llevadas a cabo en 1730 por Pablo Guisado.


Más tarde, en 1757 se acordó la culminación de los estofados y decoración pictórica de la capilla, encomendando el trabajo a Pedro Tortolero. Sin embargo, su fallecimiento propició que la labor recayese en su más directo colaborador, Vicente Alanís. 

La bóveda del primer tramo de la capilla es su elemento más identificativo por su efectismo barroco. Durante las labores de restauración se detectaron señales de cambios en el proyecto, como yeserías que finalmente quedaron sustituidas por las pinturas de Alanís, en las que se representan a un coro de ángeles músicos en el anillo que rodea el espacio abierto de la linterna, los Evangelistas, los Padres de la Iglesia y cuatro grupos de ángeles con símbolos eucarísticos en el interior de cartelas. 

Se desconoce si llegó a policromar las yeserías, en las que destaca la representación de querubines y serafines y el rompimiento de gloria de la linterna donde alterna nubes, ángeles y rayos dotados de espejos con un acentuado dinamismo. 

Se han descubierto inscripciones en algunas yeserías que datan su ejecución en 1767, quedando firmadas por Francisco de los Reyes y Orazal.


Las pinturas murales se deben a José García en 1730, mientras que Pedro Duque Cornejo fue el autor en 1733 de los cuatro ovalados con figuras de ángeles que se alojan en la bóveda del presbiterio.








La cúpula se eleva sobre un tambor octogonal, que cuenta con ventanas que permiten la entrada de luz natural al interior de la capilla. El revestimiento exterior de la cúpula presenta una decoración en barro cocido con aplicaciones cerámicas, una técnica típica de la arquitectura sevillana. Estos adornos, que recubren jambas, pilastras y ventanales, fueron modelados por Juan Moreno y Juan Isidoro Ramos, este último padre del famoso imaginero Cristóbal Ramos.

La cúpula está coronada por una airosa linterna, también de planta octogonal, que no solo cumple una función decorativa sino que también permite la entrada de luz adicional al interior de la capilla. Esta linterna está rematada por una escultura alegórica de la Fe, obra del escultor Miguel Quintana, realizada en 1724.

La figura de la Fe, sosteniendo probablemente un cáliz o una cruz, se yergue como un símbolo visible de la función sacramental de la capilla y como un punto focal que atrae la mirada hacia el cielo, reforzando el simbolismo ascensional de la cúpula.








lunes, 31 de marzo de 2025

La Iglesia de Santa Catalina (21): la Capilla Sacramental (2). El Cristo del Perdón y otros elementos.



La Capilla Sacramental de la Iglesia de Santa Catalina en Sevilla es un espacio de singular importancia dentro del templo, tanto por su valor artístico como por su significado religioso. Esta capilla, que ha sido objeto de diversas intervenciones a lo largo de los siglos, alberga una serie de elementos que merecen ser estudiados con detalle, desde las pinturas que adornan su entrada hasta la magnífica cúpula que la corona. En este análisis, nos centraremos en estos aspectos, excluyendo el retablo principal de la capilla, que ya ha sido tratado en profundidad en el anterior post y la bóveda que la estudiaremos en el próximo. Vamos a ver cada uno de los elementos relevantes de la capilla.


Las pinturas de la entrada.

Este vano de entrada, desviado respecto al eje del recinto, quedó decorado en su intradós por pinturas murales, donde se perciben varias manos. La composición se resuelve mediante grupos de ángeles con guirnaldas florales enmarcando escenas de clara simbología eucarística, como el león con las abejas, el Ave Fénix y el pelicano dando de comer a sus crías, especies que aluden a Cristo a través del alimento, del sacrificio y de la Resurrección. 


En las jambas, se ven otras escenas que prefiguran la Eucaristía en el Antiguo Testamento, como el transporte del racimo desde la Tierra Prometida o el Profeta Habaque asistido por un ángel. Partiendo de las informaciones sobre el contrato de Pedro Duque Cornejo para la realización de pinturas murales, muchos historiadores han visto aquí la mano del artista en cuanto a la soltura, los claroscuros y el dinamismo, mientras que otros defienden que en su totalidad fueron realizadas por Vicente Alanís.



El Retablo del Cristo del Perdón.

En 1721 la construcción de la Capilla Sacramental, según los planos de Figueroa, conllevó la ocupación del altar donde se veneraba la imagen del Stmo. Cristo del Perdón, lo que obligó a replantear su ubicación en el interior del nuevo espacio. 


Para ello, en 1755 se compró la pintura, el arco que ocupaba se integró en la anexa Sala Capitular y se planificó su nueva instalación. En 1756 se encargó el retablo a Felipe Fernández del Castillo. Se trata de un retablo de madera dorada de un solo cuerpo con tres calles, quedando la principal ocupada por la pintura y las laterales por San Isidoro y San Leandro sobre relieves de las Ánimas Benditas del Purgatorio flanqueando un pequeño Sagrario. La labor escultórica se atribuye a Benito Hita del Castillo, las figuras están ejecutadas en madera policromada y telas encoladas con atributos de metal dorado.


El lienzos una de las pinturas más impresionantes de Pedro de Campaña (1503-1580). La imagen de Cristo, casi escultórica, parece que se sale de la tabla, en la que ocupa una gran parte de la superficie: sobre un fondo oscuro, destaca con una fuerza increíble la figura de Cristo después de la flagelación. Está firmada por Pedro de Campaña en 1546.


En esta obra de Pedro de Campaña aparece la influencia italiana, a donde se trasladó desde Flandes en 1529: la monumentalidad de Rafael y sus seguidores está patente en la figura del Cristo del Perdón. Más tarde, desde 1537, realiza en Sevilla obras tan importantes como el Retablo Mayor de la iglesia de Santa Ana, en Triana; el retablo de la Presentación en el Templo y el cuadro del Descendimiento de la Cruz, en la Catedral de Sevilla, y esta tabla del Cristo del Perdón.


La mirada compasiva de Cristo es un diálogo sin palabras que dirige San Pedro, situado a su lado en actitud dolorida por su pecado. Es dramático este gesto de acogida, que muestra en su figura el poder de un Dios capaz de perdonar. Al otro lado hay unas figuras que presencian la escena.


Esta tabla de Pedro de Campaña pertenece a la Hermandad Sacramental de Santa Catalina, en cuya capilla está situada en un retablo, realizado en 1576 por Felipe Fernández del Castillo. Pero no se aprecia en ese retablo de un barroco tardío toda la grandeza de esta obra, ya que está situada entre innumerables elementos decorativos. 


Hacia 1537 Pedro de Campaña (Pieter Kempeneer) se instaló en Sevilla, donde se casó y trabajó hasta 1563. Campaña es uno de los representantes más eminentes del manierismo europeo de cuño romano. En Sevilla la presencia de Campaña significó una renovación profunda en la orientación pictórica local, dominada hasta entonces por Alejo Fernández y sus seguidores. Pacheco le ensalzó como patriarca de la escuela sevillana y ejemplo de «artista universal» del Renacimiento.



Las rejas.

Debido a su finalidad, las rejas fueron unos elementos de primera necesidad para acotar la capilla. La principal fue realizada por Manuel Consuegra en 1734 y estaba destinada a la entrada de los fieles. La lateral fue obra de Francisco Jiménez y Manuel González en 1747 concebida para permitir el acceso del sacerdote durante la misa. Pese a contar con una década de diferencia, ambas comparten la intención de resaltar la presencia de la capilla como un lugar privilegiado dentro de la parroquia con su apariencia fastuosa, especialmente transmitida a través de los dorados.


Reja del presbiterio.


Reja del presbiterio.


Reja del presbiterio.


Reja de entrada a la capilla.


El Retablo de "La Caída del Maná".

Es importante resaltar del mismo modo la decisiva intervención del pintor Vicente Alanís, quien se hizo cargo del dorado de los retablos de la Capilla tras la muerte en 1766 del pintor y grabador Pedro de Tortolero a consecuencia de un accidente sufrido mientras se hallaba dirigiendo el adorno del recinto de la Capilla del Sagrario. 


Además, ejecutó en 1768 la «Apoteosis de la Inmaculada» que figura a los pies de la capilla, así como dos lienzos enmarcados en molduras rococó efigiando «La Caída del Maná» y «Moisés haciendo brotar el agua de la roca del Horeb», ubicados en el tramo de la cabecera.


Vicente Alanís.  1767. 
Tras la muerte de Pedro Tortolero, Vicente Alanis recibió el encargo de esta obra que representa la cogida del maná (pan en hebrero) que cayó del cielo. 
El suceso aconteció durante el éxodo por el desierto del pueblo israelita encabezado por Moisés. El tema es un anuncio de la Eucaristía respecto al pan, Cuerpo de Cristo, como alimento espiritual y vía de salvación, de ahí que figure en uno de los lados donde se sitúa la mesa de altar. La pintura ofrece una composición con un marcado carácter narrativo, mostrando el campamento israelita en un paraje que poco tiene que ver con la esterilidad del desierto. 
Posee un marco de madera dorada con decoración de rocallas y espejos y se expone acogido por un dosel con corona sostenida por los ángeles representados en la pintura mural, obra también de Alanís.



El Retablo de "Moisés haciendo brotar el agua de la roca del Horeb".


Vicente Alanís. 1767. 
A casusa del fallecimiento de Pedro Tortolero, Vicente Alanís asumió el cometido de ejecutar esta obra que representa el momento en el que Moisés sacia la sed del pueblo de Israel durante el camino por el desierto haciendo brotar agua de la roca (Éxodo 17,3-7). El capítulo constituye una clara prefiguración del sentido de la Eucaristía en cuanto a la manifestación directa de Dios ofreciendo alimento espiritual para la salvación, lo que explica su situación flanqueando la mesa de altar. La composición es clara para facilitar su lectura, de ahí la presencia protagónica de Moisés que señala la fuente que ha surgido tras golpear la peña. 
Rodeando la escena, diversos grupos reparten el agua, beben e incluso se la ofrecen al ganado. La pintura está alojada en el interior de un marco de madera dorada y espejos con ornamentación de rocallas y cobijada por un ampuloso dosel desplegado desde una corona superior, que es mantenida por dos ángeles representados en la pintura mural, realizada igualmente por Alanís.


La decoración de la capilla se completa con unas vitrinas que acogen escenas con figuras realizadas en barro cocido. Representan a Jesús con los discípulos de Emaús, la Cena Pascual, la Comida en casa de Simón y la Última Cena, todas alusivas al sentido comunitario de la Eucaristía.


Anónimo.  1760-1767 aproximadamente. 
Miniatura realizada en barro cocido y policromado. 
La escena está alojada en una de las urnas de madera dorada y vidrio que se disponen sobre las consolas. En el interior de una arquitectura clásica, ejecutada en madera policromada, dorada y dotada de vidrios, se representa el episodio transmitido por San Lucas (Lucas 24, 13-35) en el que un peregrino que viaja a Jerusalén reconoce a Cristo resucitado al bendecir la mesa, lo que simbólicamente supone una renovación de la Eucaristía.


Anónimo.  
1760-1767 aproximadamente. 
A ambos lados del altar, flanqueando la mesa y dispuestas sobre consolas de madera dorada con decoración de rocalla, se ofrecen en pareja unas vitrinas que contienen pasajes del Nuevo Testamento representadas en barro cocido policromado con una profunda simbología de la Eucaristía como salvación, reforzando así el mensaje de las pinturas superiores. Las composiciones destacan por su sentido narrativo, donde las figuras cierran un dialogo y muestran actitudes muy teatrales y dinámicas. Los anacronismos que se introducen en la recreación interior, en el mobiliario y en las indumentarias las convierten en testimonios directos de la vida cotidiana del Barroco. Esta escena concretamente, presenta una composición algo confusa debido posiblemente a la pérdida de elementos y a otras modificaciones sufridas con el paso del tiempo. Parece corresponderse con el banquete de Herodes, el capítulo narrado por los evangelios de Mateos y Marcos que a través de la decapitación de San Juan Bautista se avanza el sacrificio del profeta anunciado en la Eucaristía.


Anónimo. 1760-1767 aproximadamente. 
Miniatura realizada en barro cocido policromado. La escena está alojada en una de las urnas de madera dorada y vidrio que se disponen sobre las consolas. 
En el interior de una arquitectura palaciega, ejecutada en madera y vidrio, se representa esta escena de la Pasión en la que Cristo instituye la Eucaristía al bendecir el pan y el vino. La imagen de Jesús preside una mesa con forma de ángulo recto por la que se distribuyen los Apóstoles. Se detalla perfectamente la presencia del pan y el cáliz. Pese a su tamaño diminuto, sorprende la calidad de la expresión de las figuras que parecen interrogarse entre ellas y extrañarse ante lo que sucede. Se distingue a San Juan Evangelista al lado de Cristo y a Judas Iscariote en uno de los extremos, portando la bolsa con las monedas de la traición.


Anónimo.  1760-1767 aproximadamente. 
Miniatura realizada en barro cocido y policromado. 
La escena está alojada en una de las urnas de madera dorada y vidrio que se disponen sobre las consolas. En el interior de una arquitectura palaciega, ejecutada en madera y vidrio, se representa el episodio narrado en el por San Lucas (Lc 7,36-50) en el que la mujer pecadora (tradicionalmente identificada con Santa María Magdalena) se inclina ante Cristo, tomando sus pies para limpiarlos con sus lágrimas, ungirlos con perfumes y secarlos con sus cabellos. Al tiempo, la figura de Jesús vuelve su rostro a los acompañantes, manteniendo el dialogo que se transmite en el evangelio. Detalles anecdóticos como el perro y los utensilios convierten este grupo escultórico en un auténtico reflejo de la cotidianidad doméstica de la época.

viernes, 28 de marzo de 2025

La Iglesia de Santa Catalina (20): la Capilla Sacramental (1). El Retablo de la Capilla Sacramental.

 


La hermandad Sacramental de Santa Catalina fue en su día una corporación muy importante en la ciudad y, aunque no se conoce la fecha exacta de fundación, sí se sabe que en 1550 ya existía. Tanta era la fuerza que llegó a tener, que adquirió un espacio de planta rectangular en la parroquia y contrató a los mejores artistas del momento para levantar un monumento al barroco. Sin embargo, pasaron los siglos y, como ocurrió con la mayoría de las primitivas hermandades sacramentales, se quedó casi sin miembros y acabó fusionándose con la cofradía de penitencia de la Exaltación en 1964.


En el Archivo Histórico Provincial de Sevilla conservamos el documento de donación de la capilla delCristo del Perdón a la Hermandad Sacramental de Santa Catalina. La escritura, además delotorgamiento de la donación, inserta el traslado de los documentos que testimonian los actoslegales seguidos en el proceso de cesión. Al documento notarial, se adjuntaron los traslados de losdistintos autos emitidos por el Provisor General, del informe de la visita del maestro mayor defábricas, del informe negativo del mayordomo de la fábrica de Santa Catalina y del acta de la sesióndel cabildo de hermanos donde se acordó la realización de la nueva capilla y pedir la cesión de ladel Cristo del Perdón. 

El traslado de este acta aporta rica información sobre el proyecto de Leonardo de Figueroa y sobresu papel en la génesis de la construcción de la capilla. Según recoge el documento, en un momentodado el arquitecto subió a la sala de cabildos y, con los planos en las manos, explicópormenorizadamente a los hermanos su idea para la que sería "de las primeras capillas que aiga enla ciudad, donde con gran dezencia se podrá colocar a Su Magestad Sacramentado y a Nuestra Señora".


La Capilla Sacramental es un recinto perfectamente resuelto. Su planta rectangular dirige la vista al frente, al altar como zona principal. El interior se articula a través de una serie de elementos perfectamente conjugados que aportan profundidad. Uno de ellos son las pilastras, que enmascaran los potentes pilares. Igualmente, el entablamento tan marcado que recorre todo el perímetro acentúa la perspectiva y refuerza la imagen unitaria del espacio. Aunque, como ya se ha comentado, la decoración comenzó mucho después, el plan materializado de Figueroa permite adivinar que el maestro dejó establecido una serie de pautas, sobre todo en lo que afecta a la colocación de centenares de espejos perfectamente enfrentados y dirigidos a multiplicar, dirigir y atenuar la luz para generar una atmosfera especial desde la linterna.

Leonardo de Figueroa conocía perfectamente la tradición arquitectónica europea y tenía bien asimiladas las teorías salomonistas que desde el siglo XVI rondaron los núcleos jesuitas de Sevilla y se perpetuaron en varios de sus templos. Así lo demostró en la iglesia de San Luis de los Franceses, arquetipo de este movimiento erudito en el Barroco hispano. 

El salomonismo fue una corriente intelectual que perseguía la recreación del Templo de Salomón a partir de las descripciones literales de la Biblia para rescatar las medidas perfectas, que, derivadas del deseo divino, daban forma a la morada de Dios, tal y como lo había dictado. Si la Capilla Sacramental iba a servir como casa del Altísimo, lo propio es que sus proporciones y espacialidad respondieran a las medidas bíblicas del Templo de Jerusalén. 

De este modo, en una interpretación literal, Figueroa resolvió la construcción a partir del canon bíblico en planta-alzado y dividió su interior en las tres áreas siguiendo la compartimentación narrada en el Antiguo Testamento: el Vestíbulo al que acceden los fieles, el Hejal, que sería el ámbito donde consagra el sacerdote y Sancta-Sanctorum como ubicación elevada y reservada del Sagrario, que se centra enmarcado en el fastuoso retablo presidido por la Inmaculada Concepción (“Arca de la Nueva Alianza”).

El simbolismo encerrado en el diseño de la Capilla Sacramental quedaba claro: La parte inferior era la vieja ley del Antiguo Testamento, mientras que la cúpula centralizada suponía la Nueva Alianza del Evangelio. De la asociación de ambas ideas había surgido una Capilla Sacramental de composición, dimensiones y formas perfectas, que reúne las teorías más eminentes de los intelectuales de la Arquitectura y cumple devotamente con los postulados divinos para alojar al mismísimo Dios, verdadera y sustancialmente presente en el Sacramento de la Eucaristía.


Ya se han cumplido 300 años de la inauguración de este espacio situado en la cabecera de la nave del Evangelio y que es el culmen del barroco en Sevilla . Realizada por Leonardo de Figueroa, representa una pieza ejemplar del estilo churrigueresco, del horror vacui. 

En una primera estancia entrando por la reja, aparecen representados los Padres de la Iglesia. La cúpula tiene angelitos tallados hasta en la linterna. Nada más entrar, a la izquierda, destaca la tabla del Señor Atado a la Columna de Pedro de Campaña y la pintura de Roelas que corona el cancel, representando a la Inmaculada Concepción.

En el segundo tramo, el que corresponde al altar, aparece el sagrario con el León de Judá y el Cordero Pascual. Presidiendo el retablo, se encuentra una Inmaculada que es una auténtica joya realizada por Benito Hita del Castillo, a cuyo camarín también se puede acceder. Escoltando a la Virgen se encuentran dos santos relacionados con el misterio eucarístico: Santo Tomás de Aquino y San Juan Nepomuceno, así como San Isidoro de Sevilla, San Leandro y las Santas Justa y Rufina. 

A ambos lados del presbiterio de la capilla aparecen dos cuadros donde el agua es la protagonista: "la Caída del Maná" y "el Milagro del agua en la roca". También se encuentran cuatro hornacinas con escenas eucarísticas de Cristo.


La realización del retablo se enmarca en un período de efervescencia artística en Sevilla, donde el barroco alcanzaba su máximo esplendor. Según registros históricos, la construcción del retablo se llevó a cabo entre los años 1748 y 1756, coincidiendo con una etapa de renovación y embellecimiento de numerosos templos en la ciudad. Este lapso de ocho años refleja la dedicación y meticulosidad empleadas en su creación, asegurando una obra de arte de inigualable calidad y detalle.


Los trabajos de construcción y decoración de la capilla avanzaron al ritmo pausado que marcó la economía de la Hermandad Sacramental, única promotora de la empresa a partir de la ruptura de relaciones con la Congregación de Nuestra Señora del Rosario en el año 1736. Iniciadas el 5 de agosto de 1721, las obras se dilataron casi 50 años, dándose por concluidas en julio de 1768. Buen ejemplo de esta lentitud fue el tiempo empleado en la construcción del retablo. 

El 24 de febrero de1737 la Hermandad acordó la ejecución del retablo según la traza presentada por el maestro ensamblador Felipe Fernández del Castillo. La falta de numerario y, sobre todo, la resolución de un pleito suscitado por la Congregación del Rosario por los derechos de la capilla, la cripta y el camarín, provocaron que el inicio del levantamiento del retablo no comenzase hasta once años más tarde, en 1748. Del impulso tomado en ese año da fe la escritura de obligación de Felipe Fernández del Castillo y su sobrino Benito Hita del Castillo con la Hermandad Sacramental para hacer y labrar el nuevo retablo.

En el tenor de la escritura de obligación se desglosan las condiciones bajo las cuales se concertaron los artistas con Jerónimo Ortiz de Sandoval, conde de Mejorada, como apoderado de la Hermandad, para la realización del retablo del altar de la capilla. 

En primer lugar acordaron levantar un retablo "en toda perfección y arte arreglado al diseño o dibujo que a este fin emos hecho presente a dichas cofradías". A cambio recibirían 14.000 reales de vellón en distintos pagos. La correcta ejecución de la obra sería fiscalizada por el reputado pintor Domingo Martínez, que actuaría a modo de perito con capacidad para visitar y comprobar que todo estaba conforme a las trazas aprobadas.

La segunda condición viene a ser la traslación en palabras del diseño bosquejado en la traza concertada y una descripción del programa iconográfico que debía contener el retablo: 

"Ýtem. Que el dicho retablo ha de ser arreglado ael perfil de su alzado y la planta que le acompaña según manifiesta dicho dibujo, siendo toda la alquitetura en sus alzados de gruezo de tablas regulares enterizas de Flandes, limpias de zamago, dando los buelos, resaltos y hacimientos que manifiesta dicho dibuxo, y la talla sus relibes a proporción de tamaño y colocazión de sus juguetes, y la ymagen de la Purísima Conzepción de siete quartas yncluso el trono de muchachos y serafines, estando tan perfectamente acauado por detrás como por delante..." 


"..., y los dos santos de las entrecalles de bara y media de altos serrados y no acauados por detrás, siendo el vno de ellos San Juan de Pomuseno y el otro Santo Thomás de Aquino, por lo que toca al Sagrario los quatro euangelistas los dos en pie como media bara y dos dedos de alto, y los otros dos sentados en el sitio donde están los dos ángeles chicos que se quitan, con otros dos seraphines que acompañan al Sagrario. Y por lo respectiuo ala demás escultura y pabellón, según lomanifiesta el diseño. Entendiéndose que la dicha ymagen de Nuestra Señora y demás Santos y esculturas […] será de mano de mí, el dicho Benito del Castillo...".


La autoría del Retablo Mayor de Santa Catalina recae en dos destacados artistas del barroco sevillano: Felipe Fernández del Castillo y su sobrino, Benito de Hita y Castillo. Felipe Fernández del Castillo, maestro arquitecto reconocido por su habilidad en la creación de estructuras retablísticas, fue el encargado de diseñar y supervisar la construcción del retablo. Su visión arquitectónica se refleja en la composición equilibrada y armoniosa de la obra, integrando elementos ornamentales que enriquecen su estética.


Por su parte, Benito de Hita y Castillo, destacado escultor e imaginero, fue responsable de la ejecución de las esculturas que adornan el retablo. Su maestría en la talla de madera se evidencia en la expresividad y dinamismo de las figuras, dotándolas de una vitalidad que invita a la contemplación devota. La colaboración entre tío y sobrino resultó en una obra cohesiva que fusiona arquitectura y escultura de manera magistral.


Su diseño arquitectónico sigue los cánones del barroco sevillano, caracterizado por la exuberancia decorativa y el movimiento dinámico de sus formas. El retablo se organiza en tres cuerpos verticales y tres calles horizontales, creando una composición equilibrada que guía la mirada del espectador hacia el centro. La calle central alberga la imagen principal, mientras que las laterales contienen esculturas de santos y otros elementos decorativos. La estructura se remata con un ático que corona el conjunto, añadiendo altura y majestuosidad.


La obra está elaborada principalmente en madera de pino de Flandes, material común en la retablística sevillana debido a su disponibilidad y facilidad de talla. La madera fue cuidadosamente trabajada para incorporar una profusa ornamentación que incluye rocallas, volutas, ménsulas y ángeles atlantes. Estas decoraciones, características del estilo rococó, aportan una sensación de movimiento y riqueza visual al conjunto. Tras la talla, el retablo fue policromado y dorado, utilizando técnicas tradicionales que realzan la profundidad y el dramatismo de las escenas representadas.


La iconografía del retablo está cuidadosamente seleccionada para reflejar las devociones y tradiciones de la comunidad parroquial. 


Presidiendo el retablo se encuentra una dinámica talla de la Inmaculada Concepción, obra de Benito de Hita y Castillo realizada en 1756. La Virgen María se representa en una postura ascendente, con las manos juntas en actitud de oración y una expresión serena que transmite pureza y devoción. Su manto y túnica, ricamente estofados y policromados, presentan pliegues que aportan movimiento y realismo a la figura. La elección de la Inmaculada como imagen central refleja la profunda devoción mariana de la Sevilla del siglo XVIII, especialmente tras la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción como patrona de España en 1760.

Flanqueando a la Inmaculada, se encuentran las esculturas de Santo Tomás de Aquino y San Juan Nepomuceno, también talladas por Benito de Hita y Castillo.


Santo Tomás de Aquino.
Representado con los atributos tradicionales de la pluma y el libro,
simbolizando su contribución teológica y doctrinal a la Iglesia. 
Su expresión refleja sabiduría y contemplación, acorde con su papel como Doctor de la Iglesia.


San Juan Nepomuceno. 
Este santo, canonizado en 1729, es mostrado con una palma de martirio
y un dedo sobre los labios, simbolizando su silencio sacramental y su martirio por defender
el secreto de confesión. Su inclusión en el retablo indica la difusión de su culto
en Sevilla durante el siglo XVIII.


En la parte superior del retablo, en el ático, se sitúa una hornacina que alberga una soberbia y dinámica talla de San Sebastián Mártir, copatrón de la Hermandad Sacramental de la Parroquia de Santa Catalina.

San Sebastián se representa atado a un árbol, con flechas clavadas en su cuerpo, simbolizando su martirio por la fe cristiana en tiempos del emperador Diocleciano. Su anatomía está magistralmente esculpida, mostrando el sufrimiento del santo con un realismo que conmueve al espectador. La policromía de su piel y el tratamiento de la sangre en las heridas son característicos del dramatismo barroco sevillano.